En una sociedad en la que se ensalza la juventud como ideal (aunque a la vez se desprecie tanto a los jóvenes mediante la ausencia de políticas específicas dirigidas a los problemas que enfrentan), la aparición de una modelo de 88 años puede hacer temblar los cimientos de ciertos consensos no explícitos.
Por consenso no explícito me refiero aquí al consenso del edadismo, ese “palabro” que para algunas personas no dice nada, incluso cuando lo practican o lo sufren. El edadismo o discriminación por edad puede sonar a algo lejano, no real, hasta que referimos que las personas de más de 50 años cuando son despedidos tienen muchas más dificultades para volverse a incorporar a la vida laboral. Entre las 2.855.200 personas desempleadas en España, las que tienen más de 50 años suponen casi el 30% del total. Los mayores de 50 años suponen también casi el 30% de quienes llevan desempleados menos de dos años y son casi el 50% cuando analizamos los datos de personas desempleadas que llevan más de dos años buscando empleo. Sin encontrarlo. Para imaginar los efectos psicológicos (por no hablar de los económicos) no hace falta, creo, tener grandes dotes de empatía.
Por eso, por este edadismo tan imbricado en nuestra sociedad, destacan tanto las experiencias (experimentos sociales, incluso, podríamos decir) que ponen en el foco de la atención a personas de edad avanzada desempeñando roles que no son los que tradicionalmente les asignamos. Es el caso de un anuncio reciente de una de esas marcas carísimas, que ha recurrido en su última campaña, entre otras personalidades, a la actriz Maggie Smith. En realidad, de Maggie Smith podríamos decir tantas, tantas cosas -empezando porque es una de esas actrices espectaculares que se adapta a cualquier papel, ganadora de dos Oscar (en 1970 y en 1979)- que sorprende que la reflexión o el foco del anuncio sea su edad: Maggie Smith nació en 1934. Vamos, que tiene 88 añazos.
Y por este motivo, la elección de la actriz para esta marca resulta, incluso, controvertida en un mundo acostumbrado a las irreverencias más absolutas. Vamos, que somos modernos para lo que queremos, pero seleccionar a una señora llena de arrugas (que lo está) para vender una marca carísima parece un desafío a lo establecido. Aunque esa señora mayor sea una actriz de bandera. Y aunque no lo fuese. Pero es que lo es.
Por encima de todo, me permito añadir que, más allá de su edad, resulta que Maggie Smith, como modelo, rompe el molde. De las fotografías de Juergen Teller que ha circulado la marca, una de ellas me llama la atención (precisamente por parecerme tradicional), la segunda, en la que aparece sentada, llevando un vestido de esos que no son para ir a comprar el pan y con un bolso que no sé si podremos comprarnos entre todos los que estamos aquí, ni haciendo un crowfunding, Maggie Smith está divina. Lo parte, con ese vestido que en nuestro imaginario asignaríamos a una mujer más joven. Y atrevida. Y moderna. Y representación de la belleza que asociamos a lo caro (porque sí, lo hacemos, aunque resulte absurdo).
En el anuncio, pero también fuera, Maggie Smith nos permite pensar en otros ideales de belleza, de comodidad con el propio cuerpo y de la apariencia más allá de la explotación de la juventud. Si intentamos analizar el anuncio con cierta distancia del edadismo, de lo tradicional (que es el rechazo a la vejez) cumple perfectamente su función. Resulta que los y las viejas (sobre todo las viejas, que sufren mucho más los estereotipos negativos asociados a la edad) pueden hacer el trabajo que hacen los y las jovencísimas.
No obstante, y más allá de la visibilidad de la vejez encarnada en Maggie Smith (que se convierte, no sé si deseándolo, en embajadora de su edad), el estereotipo en el que estamos sumergidos (vejez igual a separación de la vida pública, vejez equivalente a decadencia, a distancia de lo nuevo, a rechazo propio y externo del cuerpo, a lejanía de la belleza) nos lleva a que la propia reflexión sobre el anuncio esté marcada por cierto sesgo paternalista. Hoy me entrevistaban en un programa en el que aludían al papel de la actriz en Harry Potter, su comportamiento casi heroico ante la enfermedad (cáncer) que sufría, y cómo era referida por otros compañeros de reparto como “la madre de todos”. Vamos, los típicos roles que tienden a desempeñar (no necesariamente deseándolo) las mujeres a medida que cumplen una determinada edad: el de madre, el de abuela, el de la luchadora incansable por el amor hacia y por los demás. Y, al final, lo que nos dice el anuncio de Loewe (que no son hermanas de la caridad ni activistas contra el edadismo) es que las viejas, la vejez, también pueden vender. No compresas destinadas a la incontinencia urinaria, no pegamento para dentaduras ni comidas envasadas que emulan el ideal de abuelita que cocina durante horas. No. Pueden vender bolsos de miles de euros y las marcas lo saben. Y este es ya un cambio de primer orden, que supone la inclusión manifiesta, la visibilización, de las personas de edad avanzada en la realidad que gobierna nuestros días. Y, sobre todo, y por fin (aquí me he venido arriba; lo sé) de las mujeres viejas en la vida cotidiana más allá de los roles eternos y establecidos que sitúan siempre a estas mujeres a la sombra de otros.
Por eso la primera foto (la de las pieles) me da más igual, porque nos recuerda a ciertos estereotipos o incluso a los personajes que la actriz encarna en algunas de sus actuaciones (Downton Abbey, mismamente). Me interesa más la del vestido, porque podría llevarlo Jennifer Lawrence o cualquier actriz más joven y no creo que lo hiciese mejor. Supone, con toda la ¿controversia? que se origina en torno a la edad de esta modelo, una normalización de la edad, de la vejez. Y de las arrugas, claro.
Y por todo esto importa que en los anuncios aparezcan mujeres de edad avanzada.
Esperemos que no caiga en saco roto y que otras marcas continúen el atrevimiento de reconocer a las viejas como consumidoras, como productoras, como reclamo. Pero, sobre todo y con suerte, como personas que pueden seguir desempeñando roles activos.