Introducción

Introducción

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el pasado siglo XX marcó el inicio de uno de los fenómenos más transformadores de nuestro entorno personal y social: la llamada revolución de la longevidad

Y es que, a partir de 1950, la esperanza de vida no ha hecho más que crecer.

En apenas 60 años, los que median desde la fecha señalada al año 2010, en el conjunto de la población mundial la esperanza media de vida ha aumentado 20 años, lo que ha permitido alcanzar un promedio de 66 años por cada habitante del planeta. 

Dicha tendencia, lejos de menguar, no hará sino acrecentarse en los años próximos, previéndose que, en 2050, la media mundial de edad se eleve en 10 años más.  

De este modo, si en el año 2000, en torno a 600 millones de personas tenían una edad superior a los 60 años, en 2050 dicha cifra se multiplicará por más de tres, alcanzando los 2.000 millones de individuos por encima de dicha edad.

Pero dicha evolución es aún más determinante si observamos lo que sucede en no pocos de los países desarrollados. En la mayor parte de ellos, a impulso de una mejor sanidad, alimentación, higiene y salubridad, la ratio vital de la población supera ya los 80 años de edad. O lo que es lo mismo: en tales países, la esperanza de vida, en un corto lapso temporal, se ha multiplicado por dos, condición que no hará sino seguir avanzando de aquí a 2050. 

En dicha fecha, y en la práctica totalidad de las sociedades desarrolladas, habrá más personas que superarán el umbral de los cincuenta años de edad que las que aún estarán por llegar a él. Y si vamos algo más allá de la fecha escogida como referencia, y añadimos una generación más, la realidad será aún más contundente e insólita: el mayor grupo de población estará constituido por personas que superen los 60 años de edad. 

Un nuevo factor determinante se une a lo hasta ahora descrito: la coincidencia del aumento de la esperanza de vida con el del imparable descenso de la fertilidad, especialmente acusado en los países desarrollados.

La confluencia de ambos fenómenos genera una modificación definitiva de nuestros perfiles poblacionales: si, hace apenas unos decenios, la distribución de la población generaba pirámides más o menos regulares, con un porcentaje mayoritario de población infanto-juvenil y adulta, la proyección hacia un futuro – que es ya, en buena parte, nuestro presente – deriva en una geometría totalmente distinta, más tendente a un perfil rectangular (ver gráfico correspondiente a España).

Desafío global

Una transformación demográfica como la ya descrita supondrá, a nivel mundial, efectos de calado extraordinario. Obligará necesariamente a cambios hasta ahora desconocidos -tanto conceptuales como procedimentales- y situará a la sociedad planetaria ante un panorama, por desconocido, urgido de nuevas respuestas –también de nuevas visiones abiertas y esperanzadas- que afectarán a todos los planos de la comunidad: del ámbito personal, al social; del político, al económico; del educativo, al cultural… 

La asunción de este desafío global debe alejarse de lo que algunos peyorativamente denominan como “tsunami gris”, contaminados, sin duda, de un pesimismo estéril, que parece agotarse en la simple descripción de una realidad cargada de funestos presagios.

Semejante conceptualización debe de ser superada con premura. La prolongación de la esperanza de vida y su consecuencia, que es la longevidad de la población, es uno de los signos más explícitos de nuestro progreso. Uno de los logros más extraordinarios de nuestro deambular civilizatorio. Un nuevo paradigma que no requiere de vanas y catastrofistas alarmas, de impostadas añoranzas, sino de acciones basadas en el conocimiento, el estudio, el análisis, la investigación, el intercambio de información, la suma de talentos creativos o la puesta en marcha de experiencias relevantes que vayan construyendo las nuevas respuestas a una situación que jamás antes se dio. Pero que, insistimos no deja de ser uno de nuestros avances más formidables.

Es inexcusable fundarse en el potencial de lo que la longevidad significa –que es también el del valor imprescindible de la experiencia– para, desde ello, seguir construyendo una sociedad más inclusiva y equilibrada, en la feliz y nueva coincidencia de convivir, en el mismo tiempo, cinco generaciones, lo que jamás ha ocurrido– y menos aún como fenómeno universal- en la historia de la Humanidad.

Una realidad compartida: España y Portugal

España y Portugal forman parte del grupo de países con población más longeva, en una secuencia que no ha hecho sino acrecentarse en los últimos años: en 2016, las personas mayores de 65 años representaban el 18,79% y el 20,79%, respectivamente en cada uno de estos dos países. Y, para el año 2050, en el conjunto de ambas naciones, las proyecciones elevan el porcentaje a umbrales superiores al 32%.

Si situamos nuestra mirada en las regiones transfronterizas de España y Portugal, observaremos una realidad aún más significativa y apremiante: el índice de longevidad (porcentaje de personas mayores de 75 años en relación con las que tienen más de 65 años que residen en un territorio) en las regiones transfronterizas portuguesas supera el 50%, llegando al 60% en algunas de ellas, como en Beira Baixa y Alto Alentejo. Es decir, de cada 100 personas mayores de 65 años, casi 60 superan los 75 años. 

Nada distinto ocurre en la parte transfronteriza española.

¿Por qué un Programa para una sociedad longeva?

La premisa de la que parte nuestro Programa para una sociedad longeva se sustenta en la decisión comprometida y constructiva de afrontar la longevidad de la vida como una de las fortalezas de la sociedad futura.

La misión del Programa para una sociedad longeva se fundamenta en la necesidad de propiciar, acelerar e implementar investigaciones y descubrimientos científicos, avances tecnológicos, prácticas de comportamiento y renovación de las normas sociales para que la vida de las personas longevas no sólo suponga una existencia saludable y gratificante para ellas sino, y al mismo tiempo, para la propia sociedad a la que pertenecen. Es más: que ser longevo se identifique como uno de sus más significados vectores de crecimiento y mejora en multitud de campos de la convivencia comunitaria.

La longevidad, tal y como se concibe y formula en el proyecto, no es equivalente a retiro, a inacción, a ausencia completa de participación, utilidad o productividad – entendida ésta no sólo desde la concepción estrictamente económica – sino, más bien, todo lo contrario: longevidad entendida como el momento de la vida en que lo ya aprendido se convierta en un verdadero capital social, transferible al conjunto de la comunidad. 

Que lo ya conocido por las personas y por la sociedad, sea para ambas tan válido como lo que queda por aprender. Donde las personas sigan movidas por proyectos, por ideas de renovación, por la legítima aspiración a una vida mejor, por la imprescindible vitalidad de las ilusiones.

Solo así las relaciones sociales se ampliarán y enriquecerán. Solo así la alcanzada prolongación de la vida no será únicamente el efecto de un comportamiento orgánico o biológico, sino el horizonte en el que las personas –y la comunidad a la que pertenecen- puedan seguir deseando desarrollar sus proyectos, conscientes sin duda de sus limitaciones (no hay edad que no las tenga), pero igualmente sabedores de su inmenso potencial.

Para inspirar cambios a gran escala, el Programa para una sociedad longeva quiere trabajar tanto con las Administraciones Públicas como con la iniciativa privada; con universidades y centros de investigación; con instituciones representativas de la realidad social, económica, política, educativa y cultural. Con aquellas industrias y empresas especialmente volcadas en la generación de productos y servicios propicios a nuestro objetivo transformador. Con el mundo tecnológico, del que procederán muchas de las herramientas a incorporar a nuestra nueva realidad poblacional. También con los medios de comunicación, cuya labor es decisiva en la divulgación de los nuevos conceptos, de las nuevas actividades que, en pro de una más próspera e innovadora longevidad se desarrollan en el mundo, así como con todo tipo de redes comunicativas que, basadas en el impacto que hacen posible los nuevos media, expandan la realidad del proyecto del modo más amplio e intenso posible.

El proyecto desea ser campo de experimentación para la cultura colaborativa, para el diálogo permanente entre actantes fundamentales, tantas veces, aislados o inconexos. Sólo así será posible alcanzar el objetivo que pretendemos, pues de nada valen los esfuerzos que nunca son conocidos, que apenas son perceptibles; o las acciones exclusivamente basadas en la buena voluntad, en un activismo que no obedezca a una reflexiva planificación o a una evaluación constante y rigurosa.

El Programa para una sociedad longeva significa apostar por la innovación. Por la creatividad en la búsqueda de las nuevas respuestas. Asumir el concepto que anima a el proyecto es hacerse partícipe de un proceso de transformación en el que la duración de la vida se acompase con la extensión en la calidad de la misma. 

Y ese proceso no tolera demoras. 

FINANCIACIÓN

El Comité de Gestión del INTERREG V-A, España Portugal, (POCTEP), financiado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), en su reunión del 28/03/2019 en Madrid, acordó la concesión de una ayuda FEDER de 1.693.567,37 euros al proyecto Programa para una sociedad longeva (cód. 0551_PSL_6_E).

 

En el marco de: Programa Operativo Cooperación Transfronteriza España-Portugal
Instituciones promotoras: Fundación General de la Universidad de Salamanca Fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Direção Geral da Saúde - Portugal Universidad del Algarve - Portugal