CENIE · 29 Octubre 2023

Vejez y Patrimonio Vivo: El papel de las Personas Mayores en la pervivencia de la Cultura

¿Puede considerarse la vejez patrimonio cultural de la humanidad? Antes de argumentar que sí (spoiler), voy a introducir algunos conceptos que creo pueden ayudarnos a llegar a la reflexión que quiero compartir hoy. Según la Real Academia Española (RAE), el patrimonio histórico es el conjunto de bienes de una nación que ha sido acumulado a lo largo de los siglos, y que, por su significado artístico, arqueológico, u otros motivos, es objeto de protección especial por la legislación. Pero ¿qué sería el patrimonio cultural? (concepto olvidado por la RAE, por cierto). Pues después de una búsqueda en la literatura, un reciente libro sobre el tema nos indica que “el patrimonio cultural de una comunidad, dotado de múltiples manifestaciones tanto tangibles como intangibles, es su seña de identidad social e histórica (…). Su preservación, por tanto, no consiste únicamente en prolongar la existencia de un bien material o de una práctica cultural, sino en atender a las construcciones sociales que se forman en torno a ellos y a cómo estas se adaptan al transcurrir del tiempo”. Bueno, una descripción un poco larga pero que puede ayudarnos a situar el tema. 

Mi interpretación, como socióloga convencida, es que el patrimonio cultural (y me refiero a sus aspectos más intangibles) es uno de los elementos vertebradores de la sociedad, que nos ayuda a sentirnos parte del grupo y que nos recuerda no solo el carácter social compartido, sino el hecho (tan sencillo, pero a veces tan complejo) de que venimos, como sociedad, como cultura, de algún lugar. Es decir, que no aparecemos como generación espontánea, sino que lo que tenemos y somos como conjunto humano es, en gran parte, herencia de lo tuvieron, fueron y desarrollaron muchas personas antes que nosotros. 

Esto que acabo de definir es, en realidad, la sociedad. Cuando decimos que la sociedad es más que la suma de los individuos estamos hablando de las relaciones que se conforman entre ellos, las interacciones cotidianas, pero también las estructuras que se crean y de la memoria compartida. Porque la memoria compartida es la que ayuda a entender la estructura que hoy gobierna nuestra cotidianeidad. 

Simplificando estas ideas: somos porque fuimos. En ese sentido, despreciar nuestra memoria compartida, el conocimiento acumulado, es un desprecio a todo lo que somos. 

¿Qué sucede? Que como somos seres finitos (por suerte: lo de vivir eternamente me parece un poco rollo, aunque así lo mismo nos da tiempo a pagar la hipoteca), cuando hablamos de memoria compartida tenemos que pensar en los que han sido desde antes que nosotros. Básicamente, podemos saber lo que sucedió por los libros, por los relatos, pero también por las personas que tienen los recuerdos de tiempos pretéritos porque los vivieron, porque los adquirieron de sus padres y de sus abuelos (de las vejeces anteriores). Cuando despreciamos la vejez y el envejecimiento, estamos en realidad despreciando ese conocimiento compartido y aún vivo en las personas que experimentaron tiempos previos (y tan diferentes) de los nuestros. La fuente prima de nuestra identidad compartida. 

Y ahora, si partimos de esta visión, ¿podría ser considerada la memoria de las personas, el conjunto de las memorias, un bien a conservar? Y, ¿por qué defender esta idea?

Estamos en un momento de ciertas incertidumbres polarizaciones y tensiones, incluso sin hacer referencia a los horrores que ahora mismo están sucediendo. Una de las tensiones es la que se formula en torno a la cuestión del envejecimiento, siempre asumiendo que el aumento de las personas mayores sobre el número de las más jóvenes equivale a algo negativo. A un señor le oí decir, empeñado, que el envejecimiento suponía una pérdida de ideas, de creatividad y de productividad. Al margen del error de esta persona (y de tantas otras) sobre lo que es el proceso de envejecer (como si envejecer equivaliese a una especie de desaparición progresiva de lo que somos y en la que, además, no somos capaces de aprender nada nuevo), y lo desafortunado de una opinión tan discriminatoria, me parece que partía de una forma de entender el valor de las personas que no es la adecuada. Incluso, a mi entender, parte de una forma de entender lo que es la riqueza de la sociedad que tampoco es la real. Pero, además, olvidaba por completo la dimensión del patrimonio cultural, despreciando ese “patrimonio histórico cultural vivo” que es la memoria de las personas de mayor edad. 

El caso es que, mientras esto sucede, en la Unión Europea, en España, en el mundo, dedicamos esfuerzos, programas e inversión al mantenimiento del patrimonio inmaterial. Por ejemplo, el Consejo de Europa y la Comisión Europea hablan de la protección del 'Patrimonio vivo' ('Living Heritage'), refiriéndose a las prácticas, conocimientos y técnicas que se han transmitido de una generación a otra y que siguen utilizándose en la actualidad. 

Estos organismos plantean cómo facilitar la accesibilidad universal a la cultura y cómo involucrar a la sociedad en la gestión del patrimonio cultural puede favorecer la inclusión social, la democratización y la gobernanza ciudadana. Por si fuese poco, demuestran lo positivo que la protección del patrimonio inmaterial es para la sociedad e, incluso, en la sostenibilidad de los territorios. ¿Por qué no valorar entonces a quienes son transmisores naturales de ese patrimonio inmaterial, de ese conocimiento? ¿Por qué no considerar este uno de los valores de la vejez, de vivir más años, de la riqueza que puede ofrecer la longevidad? 

Podemos, por supuesto, seguir limitándonos a medir la riqueza de las naciones a partir de indicadores meramente económicos o, simplemente, hablar del Producto Interior Bruto sin reflexionar mucho más. Podemos seguir hablando del patrimonio inmaterial como si fuese algo un tanto vacío, algo más asociado a la dimensión de la imaginación que a la dimensión de lo ya vivido y a lo que se conserva en la memoria de muchas personas y que está, aún, por transmitir. Pero, frente a esto, también podemos reclamar la importancia de la vejez, de la longevidad, en la mejor y mayor conservación de lo que fuimos como sociedad, pensar en las personas mayores como elementos de transmisión de aspectos identitarios clave. Soy consciente de que esta también puede ser una carga pesada, pero que nos ayudaría a valorizar mejor a quienes son, insisto, transmisores vivos naturales de nuestra historia e identidad. 

Si el fomento del acceso a la cultura puede ser un elemento para promover la dinamización cultural en las zonas más desfavorecidas y entre colectivos en riesgo de exclusión social y, si se considera que el patrimonio cultural puede ser un elemento de cohesión social e, incluso, para fijar población y preservar la identidad cultural en un mundo globalizado (fuente); propongo que la vejez sea considerada uno de los potenciales elementos de transmisión cultural, que resultará clave, si le damos los espacios de participación intergeneracional adecuados, en la obtención de una mejor adherencia a nuestras sociedades en un contexto de globalización en el que estamos todos un poco perdidos. 

 

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