Investigación · 28 Noviembre 2022

¿Y si NO te fueses a morir mañana? La riqueza invisible de los años ganados frente a los minutos de microondas

Si fuésemos lo suficiente atrevidos y disruptivos, podríamos decir que la longevidad es el nuevo maná, el nuevo petróleo de nuestras sociedades. Un maná no aparecido por casualidad, sino que ha sido conseguido con mucho esfuerzo, aunque se nos olvide la mayor parte del tiempo. El petróleo no encontrado por accidente, sino ganado gracias a las mejoras sanitarias, a los avances tecnológicos y científicos, a una mayor salubridad, a una educación más extendida que nunca y a otros beneficios aportados por el Estado de Bienestar, como esa red que despliega cuando caemos para que no lleguemos a darnos contra el suelo. Podemos hablar hoy de lo costoso que es mantener esta red de protección y teorizar sobre su desaparición, pero si no fuese por ella, igual no estábamos vivos para discutirlo.

Hablamos mucho del envejecimiento, aunque muchísimo menos sobre lo que significa la longevidad. Últimamente, entre las contrapartes de lo que significa el envejecimiento, parece que la prensa se centra en la baja natalidad. Y es, en parte, normal. Somos, por detrás de Malta, el país con la tasa de natalidad más baja de la Unión Europea. En España esta reducción de la natalidad es además especialmente llamativa por nuestro pasado: el índice sintético de fecundidad ha caído desde los 2,8 hijos por mujer en 1975 hasta el 1,19 en 2020. Esta disminución y la baja tasa actual (más bien esta segunda) es objeto de numerosas reflexiones (no siempre realizadas en el marco del análisis sosegado o sin interpretaciones políticas), aunque mucho menos se reflexiona sobre el reparto de esta baja natalidad en el territorio (ya que no es igual por regiones), sobre los motivos (sin simplificarlos) y muchísimo menos aún sobre el descenso en la mortalidad infantil, que es, a mi juicio, el mayor logro del que nuestras sociedades pueden (y deberían) presumir. Nacen menos niños, pero sobreviven más. No es un detalle menor. 

Gráfico 1: Tasa de Mortalidad de los menores de 5 años (defunciones por mil nacidos vivos). España [1975-2021].

 

Fuente: elaboración propia (Irene Lebrusán) a partir de datos INE.

Las tasas de mortalidad se han reducido en todos los grupos de edad, de modo que la probabilidad de supervivencia a edades avanzadas es cada vez mayor. Sobrevivimos y… vivimos. Vivimos más y en mejor salud. Sí, en mejor salud, a pesar de que a veces nos parezca lo contrario; al haber más personas llegando a edades más avanzadas, la visibilidad, impacto y presencia que tienen enfermedades asociadas a la edad, es, lógicamente, mayor. Pero sí, la esperanza de vida en salud también aumenta. 

De esta ganancia me parece que hablamos mucho menos, olvidando lo que supone que tengamos más años saludables por delante. Hemos ganado años a la vida y más personas podrán vivir más años. Somos una sociedad muy rica, aunque hablamos más de las potenciales pérdidas económicas que supone, de nuevo, en el marco de diversas interpretaciones políticas y visiones del mundo.

En el reciente congreso sobre la economía de la longevidad que celebramos en Salamanca, uno de los expertos, Andrew J. Scott, decía que cada día vivíamos más y que la vida cambiaría enormemente si fuésemos conscientes de lo que eso supone. Este profesor de la London School of Economics señalaba que, si cada 10 años la expectativa de vida aumenta en dos o tres, es como si cada día tuviéramos 6 u 8 horas más. Y si tuviéramos días de 32 horas, ¿no haríamos cosas diferentes? Parto de sus palabras para reivindicar otra interpretación, con una ligera vuelta de tuerca; vivimos matando días, esperando el fin de semana, el verano, la navidad, y parece que cada día pasado es uno menos: “Ha muerto el lunes; un día menos para el fin de semana”. ¿Qué podríamos llegar a hacer con un planteamiento diferente? ¿Qué haríamos si pensáramos que la vida es más larga de lo que creemos? ¿Actuaríamos de forma diferente?

Me decía un amigo, este fin de semana pasado (con su pierna rota) que la vida era corta; echaba de menos lo que en este momento, por esa condición física, no podía hacer. Le dije que sí, que es cierto, pero que a veces los momentos que la componen se hacen muy largos. Ese contraste entre lo eterno y lo breve, con tardes de domingo que nos resultan eternas (no hablemos de los lunes, que parecen medidos en minutos de microondas), con días que parecen convertirse en años (especialmente cuando esperas o estás bajo incertidumbre) y fines de semana y vacaciones que se pasan en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo es eso posible? 

Esta vida corta conformada por instantes eternos que tiene mucho que ver, según mi opinión, con cómo afrontamos y vemos los días, el tiempo, la vida. Nuestra vida, la de los demás, lo que valoramos y lo que no, y el peso que tienen estas percepciones sobre nuestra visión del futuro. Si fuéramos conscientes no ya de cuándo vamos a morir (que parece ser una eterna pregunta) sino de cuánto más vamos a vivir, ¿aprovecharíamos más el tiempo? No lo planteo desde su sentido más negativo, sino justo lo contrario: ¿si fuésemos conscientes del potencial que tenemos por delante, lo aprovecharíamos mejor? Pongo un ejemplo muy simple: esa idea de “soy muy mayor para empezar a hacer “x””, ¿cambiaría? Si supiésemos a los 50 que nos quedan, por ejemplo, otros 40 años de vida en buenas condiciones, ¿haríamos el máster aquél que no pudimos hacer con 30 años? ¿Viajaríamos en busca de auroras boreales si supiésemos que vamos a vivir más? Intentaré profundizar en esta idea, porque parece un tanto contradictorio. Pareciera que el hecho de saber que vamos a morir (que sí, lo haremos, moriremos, pero no por viejos, sino porque somos mortales) es una especie de “azuzador” de conciencia. Parecemos asumir que el hecho de saber que nuestra muerte está cerca nos preparase mejor para la vida que nos queda por vivir. Eso nos transmiten distintos cuentos con moraleja y videos “motivacionales” de YouTube que nos cuentan cómo un señor se arrepintió muchísimo en su lecho de muerte por no haber hecho una serie de cosas, al más puro estilo del fantasma de las navidades pasadas. Este mismo marco de comprensión de la realidad lo aplicamos a otros ámbitos: “si hubiese sabido que…hubiera hecho…”. Sin embargo, lo cierto es que la incertidumbre sobre la muerte nos lleva a postergar la toma de decisiones e incluso (sobre todo, de hecho) el disfrute de la vida porque “total, para lo que nos queda”. Tengo la sensación de que nos lamentamos de lo corta que es la vida desde el sofá de nuestro salón, quejándonos mentalmente de todo lo que podríamos hacer. Pero seguimos sentados en una posición incómoda, no cambiamos la televisión, aunque nos caiga mal el presentador y postergamos el levantarnos a por agua, aunque tengamos sed, porque “nos da pereza”. ¿Cambiaría esta visión y forma de actuar si supiéramos que vamos a vivir más, si supiéramos que tenemos por delante más años que aprovechar? ¿Qué haríamos diferente si supiésemos que el retorno por una decisión tomada será positivo durante más años? 

El aumento de la esperanza de vida no se produce solo para los nuevos nacidos, sino que lo hace especialmente para quienes llegan a los 65 años. Es por esto por lo que hablamos (y hablaremos más) de la transición hacia la longevidad. Pongamos el ejemplo ibérico: para quienes han cumplido ya los 65 años en España se calcula que aún tienen por delante 21,4 años en media (19,1 los varones y 23,5 las mujeres); por su parte, los mayores portugueses esperan vivir casi otros 20 años (19,9; 17,8 los varones y 21,7 las mujeres). ¿Cuántas cosas podrían hacer en esos años?

Gráfico 2: Evolución (en años) de la esperanza de vida a los 65 años. España y Portugal [1975-2021]

Fuente: elaboración propia (Irene Lebrusán) a partir de datos Eurostat

La cuestión, desde mi punto de vista, no es preguntarnos (no de forma exclusiva) cómo el Estado de Bienestar va a financiar esos años, cómo se van a pagar las pensiones o la atención sanitaria… Tal vez esas preguntas están nublando otras, más personales, en realidad más importantes: ¿Nos hemos preguntado qué vamos a hacer con esos años extra? ¿Cómo vamos a aprovechar esa gran riqueza potencial que supone vivir más? 

Eso depende solo de nosotros. 

 

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