CENIE · 12 Septiembre 2022

Gentrificación y vejez: ¿qué ciudades les dejaremos a las personas mayores?

El futuro de la vejez será urbano. Al contrario de lo que se piensa, las personas no se van a sus pueblos cuando son mayores. Esta creencia viene del hecho de que los pueblos están más envejecidos, pero esto no significa que ejerzan una atracción sobre los mayores, sino que esas personas permanecieron allí. Sí, claro que hay excepciones, por supuesto, pero ha dejado de ser habitual el decidir volver al pueblo a pasar los últimos años. Esto sucede (o ha dejado de suceder) por múltiples motivos, pero sobre todo porque cada vez quedan menos personas que tengan un pueblo al que volver. 

Entre los numerosos cambios que experimenta la vejez y el envejecimiento, este es uno de ellos: un mayor porcentaje de personas mayores son urbanitas desde su nacimiento o desde que eran muy jóvenes, de modo que han pasado la mayor parte de su vida adulta en una ciudad. En el caso de los mayores del futuro, esto será cada vez más cierto: la gran mayoría de personas habrán nacido en una ciudad, ya que los municipios de pequeño tamaño registran cada vez menos nacimientos. Esto tiene mucho que ver con las dinámicas demográficas, pero sobre todo con la urbanización creciente: los pueblos no solo desaparecen, sino que mutan. Algunos aumentan su tamaño hasta dejar de ser considerados pueblos. Otros desaparecen, es cierto, dejándonos sin vestigios de nuestro pasado y sin grandes legados culturales, entre otras cuestiones (clave, sin duda, pero que sobrepasan el objetivo de este post). 

Volviendo al tema con que iniciamos: el pensar que te vas a ir a un pueblo que no conoces en un momento de tu vida en que el entorno juega un papel clave, cuando más valoras la presencia de conocidos y cuando la seguridad percibida es más importante, me resulta difícil de creer. Más que una opinión propia, esto es lo que me dicen las personas mayores a las que he entrevistado. Sucede lo mismo al revés: no es habitual que una persona que pasó toda su vida en un pueblo desee envejecer en una ciudad que le es desconocida (aunque si los hijos viven allí, puede ser una razón de peso). 

Esto de no querer volver al pueblo con el que has dejado de tener lazos más allá de los simbólicos, en sí, no es bueno ni malo. Otra cosa serán la despoblación y el desequilibrio territorial, de lo que podemos hablar en otra ocasión. Debemos, de hecho. Pero que dejemos de asociar vejez a lo rural en exclusiva nos aporta un dato clave: el futuro de la vejez será urbano. Y en el futuro urbano la vejez tendrá cada vez más peso. El envejecimiento (la relación numérica entre jóvenes y personas mayores) en las ciudades aumentará. Esto implica que los entornos urbanos deberán estar preparados para necesidades cambiantes y para esta situación demográfica, que no es sino la manifestación del gran logro asociado a la mayor esperanza de vida. ¿Significa esto que las ciudades serán espacios donde otras edades no se sentirán cómodas? En absoluto. Una ciudad preparada para personas mayores es una ciudad preparada para vecinos de cualquier edad y condición. Diseñar una ciudad con perspectiva de edad significa diseñar con criterios de inclusión y accesibilidad, la misma seguridad en el espacio que podrán aprovechar los niños y los jóvenes, por ejemplo. El fracaso de las ciudades es el diseño orientado para los coches o para quienes queremos que nos visite durante un corto periodo de tiempo. 

Decimos que las personas envejecerán en las ciudades; aunque permanecer en el entorno conocido (ageing in place) ha demostrado tener numerosos beneficios, algunas personas (tú mismo, tú misma, tal vez) se preguntarán si la ciudad es el entorno más adecuado para envejecer y para ser viejo, ya que en ella se concentran muchos de los problemas sociales que caracterizan a las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, existe la creencia de que los entornos urbanos son espacios sin arraigo, sin identidad, sin solidaridad vecinal. Estas descripciones se centran en la impersonalidad de las ciudades, la transitoriedad de las personas, como si las ciudades fuesen una especie de “no lugares ampliados” a los que solo vamos por poco más que obligación laboral. También se habla de la segmentación (o inexistencia) de los vínculos entre los habitantes de la ciudad, carentes de redes sociales y vecinales, donde parece que puedes caerte (por ejemplo) y donde nadie te ayudará a levantarte. Se describen, según estas ideas, ciudades “sin alma”. Y, sobre todo, sin corazón. 

No comparto esta visión, pero también entiendo que estas manifestaciones pueden reflejar la propia experiencia que cada uno tiene de la ciudad y del entorno en el que vive. En este sentido, recuerdo a aquél experto en sociología rural que, al evaluar mi trabajo final de máster sobre el capital social en las ciudades alegó como crítica que las relaciones sociales en los barrios céntricos no existían; “en mi portal ni siquiera nos saludamos”. Otro profesor, se ve que, con otra visión de la ciudad, le dijo “eso tú, que eres un maleducado. En mi portal sí nos saludamos”. Bueno, visiones.

En cualquier caso; esta idea de la ciudad como “carente de vida” coexiste, afortunadamente, con imágenes de la vida urbana que hacen hincapié en la importancia del entorno local como fuente de la solidaridad y de otras experiencias en positivo de apego al lugar de residencia, lo que a su vez nos beneficia en términos de autoestima y sentimientos de inclusión. De hecho, se ha demostrado que para la vida de muchas mujeres mayores el barrio puede desempeñar un papel fundamental (esto no es menor; recordemos que somos y seremos más viejas que viejos, porque las mujeres vivimos más). ¿Por qué? Pues porque el barrio se convierte en el escenario natural de interacción, el espacio conocido y, por lo tanto, en el lugar propicio para las relaciones de colaboración y donde surgen el apoyo práctico y emocional en momentos de necesidad. 

Sobre este tema (para mí, precioso) hemos publicado este artículo sobre cómo es envejecer en un barrio urbano del centro de una ciudad grande: el barrio de Universidad (conocido como Malasaña), que está en una zona céntrica de Madrid (España). Este barrio está expuesto, desde hace años, a procesos de gentrificación y turistificación, procesos ambos con un efecto muy negativos sobre las personas mayores. 

¿Qué es eso de la gentrificación y cómo afecta a la calidad de vida de las personas mayores? La gentrificación es un cambio que se produce en la población de un territorio; los vecinos “de siempre” son sustituidos por nuevos con mayor poder adquisitivo. Los primeros (los de siempre) son desplazados de sus barrios en ese proceso y se conforma un proceso de expulsión y de divisiones (segregación) de población en el espacio. Asociada a la gentrificación y a los nuevos planteamientos acerca de “qué es una ciudad” o qué debe ser y ofrecer, está la turistificación, que consiste en una reorientación (así, en bruto) de los usos y servicios que debería ofrecer una ciudad para sus vecinos, hacia servicios y usos que atraen a los turistas. Se prioriza el interés que puede tener el turista sobre el que pueden tener los vecinos, y la ciudad se redefine, por así decirlo. 

Son estas unas descripciones muy burdas, pero tal vez nos sirvan para entender que se producen cambios en el uso de las viviendas, que dejan de albergar al vecino que te presta la sal para alojar unos días a unos señores que no volverás a ver, mediante la reconversión de en vivienda turística, se producen cambios en la oferta hostelera y en el tipo de comercios que hay en el barrio. También en el uso que se hace de los espacios (ya hablamos sobre las terrazas de bares y los bancos para sentarse). 

En las zonas céntricas muchos vecinos van y vienen; por ejemplo, los estudiantes o jóvenes que residirán un tiempo en el barrio. Generalmente, donde hay más vivienda en alquiler se produce una movilidad residencial (cambio de casa) más elevada que zonas donde viven propietarios. Esto hace que sea más difícil llegar a conocer a estos vecinos o que pasen a formar parte activa del tejido social del barrio. Es esperable: si pasas poco tiempo en un lugar, parece que tienes menos interés en implicarte en las actividades del barrio. Con nuestros estilos de vida, tampoco es que quede mucho tiempo, pero si solo vas a estar un tiempo, tenemos menos ganas de emplear parte de nuestro escaso tiempo en crear relaciones vecinales. Tal vez por este motivo pensemos que en la ciudad no se producen relaciones sociales de calidad; en realidad, somos nosotros quienes no nos molestamos en establecer dichas relaciones, lo que no significa que no existan entre otros vecinos. 

Por sintetizar, y simplificando enormemente, además de otros problemas asociados o directamente generados por la gentrificación y la turistificación, estos procesos dificultan enormemente la creación de barrio. Esta “desaparición” de barrio tiene unos efectos muy negativos para las personas mayores. Si sustituimos a los vecinos por turistas, no tendremos una asociación vecinal, eso por descontado. ¿quién reclamará ante los problemas que tenga el barrio? Tampoco necesitaremos servicios para los vecinos, ni los comercios serán de proximidad (¿para qué tener una panadería si nadie compra en ella?) lo que, a corto y a largo plazo, acaba destruyendo el barrio y su tejido comercial y, por lo tanto, el social. Hay muchos otros problemas asociados, pero estos son los que más suelen afectar a las personas mayores: estar rodeadas por “viviendas fantasma” supone no tener quien te asista en caso de necesidad ni poder entablar amistad con sus inquilinos. También supone ver sustituida la tienda donde comprabas la materia prima para tu guiso o para tus lentejas por una tienda de moda. Supone tener que coger el autobús para ir a hacer la compra y ver desaparecer las relaciones que se establecían durante la espera de la pescadería, o que suba el precio de los productos básicos, porque la oferta disminuye una vez que lo hace la demanda. Solo los comercios más elitistas y diversificados podrán sobrevivir, y será fácil que las personas mayores se sientan menos a gusto en ese que fue su barrio de toda la vida o que incluso no pueda permitirse vivir en él. Usamos a veces la expresión acerca de si este es el mundo que queremos dejarle a nuestros hijos, a los niños del futuro. Y, ¿es esta la ciudad que queremos dejarle a las personas mayores? 

 

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