Entre los cambios que referíamos antes sobre la nueva vejez, hay uno que parece asimilarse con mayor dificultad, y es la independencia de las personas mayores. Más específicamente, y dentro de todos los aspectos relevantes a tratar sobre la cuestión de la independencia en la vejez, me refiero especialmente a la independencia residencial. Recuerdo que, en un seminario de trabajo en Reino Unido, una de las ponentes británicas expresó que en España la situación residencial de las personas mayores no era un problema porque “todo el mundo sabe que en España los mayores viven con sus familias”. Hace poco en un seminario en Harvard, esta creencia se aplicaba a toda Europa: “En Europa las personas mayores viven con sus familias”. Yo me empeño en decir que esto no es cierto, pero me pasa como con lo de la pizza con piña que citaba en un post anterior. Erradicar creencias es difícil.
En España sabemos que las afirmaciones de nuestros colegas internacionales no reflejan la realidad, aunque sin duda somos más familiares que otros países y, comparativamente, presentamos una mayor tendencia a la convivencia intergeneracional. Sin embargo, esta realidad se explica a partir de muchas cuestiones (económicas, relacionadas con la situación residencial, y por supuesto, sociales). Aun así, los datos señalan una disminución de los hogares intergeneracionales en los últimos años. Un análisis pormenorizado sobre los hogares intergeneracionales en los que hay mayores de 65 años y su composición, veremos que es bastante habitual que sean los cabeza de hogar: los españoles nos vamos de casa tarde y a veces mal, tanto que en ocasiones volvemos y no solo a visitar. Lo veremos en otra ocasión.
Más allá de la comparativa entre países -otro tema posible para discutir en el futuro-, las afirmaciones de los colegas internacionales niegan en cierto modo la capacidad de elección y acción -capacidad de agencia- de las personas mayores. De nuevo, esa heterogeneidad que caracteriza la vejez se anula, asumiendo que todos los mayores desean vivir con sus hijos. Estas afirmaciones remiten a una forma de organización de los hogares (que puede ser más o menos eficiente de cara a una potencial necesidad de cuidados) asumiendo que, o bien todos los mayores desean vivir con sus hijos, o bien que su deseo no tiene importancia: quieras o no vives con tus hijos.
Otras corrientes (no solo en la literatura científica; la prensa más sensacionalista presenta esta idea en ocasiones) plantean que la disminución referida de los hogares intergeneracionales es producto de un supuesto desinterés de los hijos. Sin meternos en esta cuestión, ¿debemos asumir que esto es resultado de una decisión por parte de los hijos en las que los mayores de 65 años no tienen nada que decir? De otro modo: ¿todas las personas mayores desean vivir con sus hijos y nietos?
Los datos y los estudios al respecto, en principio, nos dicen otra cosa. Cuando los mayores son preguntados afirman el deseo de permanecer en sus viviendas y esto sucede tanto en España como a nivel internacional.
Aunque los datos son un poco antiguos (qué valiosas y necesarias son las encuestas para conocer la realidad) la Encuesta de Condiciones de Vida de las Personas Mayores (2010) afirma que la mayoría de las personas mayores desean vivir en su propio domicilio incluso cuando están solos/as: el 87,27% de la población mayor de 65 años prefiere, entre las opciones, vivir en su casa. Ir a vivir con los hijos es la opción prioritaria (solo) para el 5,5% de los mayores. Es verdad que esto cambia en función del sexo de la persona que responde (la opción es más elevada entre las mujeres) y que la opción sería distinta en el caso de aparecer problemas de dependencia y la necesidad de cuidados para la vida diaria, pero, como ya vimos, debemos dejar de asumir que vejez y dependencia son sinónimos.
Respuestas a la pregunta de “Independientemente de dónde viva actualmente, ¿dónde prefiere vivir Ud.?”
Pero más que ante la cuestión de si el deseo cambiaría ante la posible aparición de dificultades en las Actividades Básicas de la Vida Diaria, podría surgirnos la duda en si hay una gran distancia entre lo que la gente declara (cómo quiere vivir) y cómo vive finalmente, pues no siempre las preferencias expresadas se constatan en las elecciones vitales.
Al respecto, los censos de población y viviendas (que nos proporcionan información sobre cómo y con quién residimos, entre otras variables) nos indican que el deseo y la
elección final se encuentran: las personas mayores viven en hogares (solo el 3,57% de la población mayor de 65 residía en un establecimiento colectivo en el año 2011) y además lo hacen sin sus hijos: el 73% de los mayores de 65 años viven solos o en pareja.
Sin duda este es un tema sobre el que hay muchos más aspectos que tratar, pero algo especialmente relevante es comenzar a introducir la cuestión de que la reducción de los hogares intergeneracionales no es el resultado de una decisión unilateral por parte de los hijos: las personas mayores viven más, lo hacen en mejores condiciones de salud y desean mantenerse independientes durante la mayor cantidad de tiempo posible. Esta es una de las manifestaciones de cambio acerca de cómo se experimenta la vejez.
Por último, no puedo evitar recordar las entrevistas con personas mayores, en las que expresaban que deseaban seguir viviendo independientes. Como me decía entre risas una señora hablando sobre su hijo que iba y venía (esas emancipaciones temporales cada vez más características de España): “Cuando se va le echo mucho de menos. Pero bueno, la verdad es que me gusta echarle de menos”.