Investigación · 05 Junio 2022

Esos viejos acaparadores

Los debates actuales en torno al sistema de pensiones suelen centrarse en su sostenibilidad. Se plantea el sistema de pensiones como esa especie de monstruo voraz que se come los recursos y centraliza las partidas económicas que, de este modo, no llegan a dar cobertura a los otros pilares del Estado del Bienestar (los existentes y los que faltan, como la vivienda). El problema mayor viene cuando esta aparente relación asimétrica en la distribución de recursos públicos se “personaliza”. Es aquí cuando nos encontramos con planteamientos orientados al conflicto intergeneracional en la lucha por unos recursos público finitos. En el imaginario de ciertos sectores, parece que los malos funcionamientos de nuestra sociedad, como la pobreza infantil o la precariedad juvenil, son resultado directo de la mayor longevidad de las personas mayores. Vamos, que el nieto (Juanito) no merienda porque el abuelo (Juan) se ha comido el pedazo de tarta que la vida (o quien organizó la merienda) le tenía asignado. 

La pobreza infantil es uno de mis campos de investigación, así que no seré yo quien jamás arremeta contra ninguna medida que luche contra este problema. Además, yo simplifico mucho: los niños pobres serán viejos pobres, así que solucionemos el problema desde el origen y evitemos sufrimiento. Tampoco me olvido de que los niños pobres son nietos de abuelas y abuelos pobres, así que a mí me cuesta sostener el razonamiento previo que atribuye el hambre del nieto al exceso de gula del abuelo: lo cierto ni el abuelo ni el nieto comieron tarta. Se quedaron con hambre los dos.

Del planteamiento anterior (la tarta que fue comida por el abuelo y por eso no había para el nieto) se extraen con facilidad dos cuestiones que me preocupan. Por un lado, que esta visión da lugar al auge del enfrentamiento intergeneracional, que no es sino una forma (atroz, además) de perder ciertas batallas sociales y de desviarnos del tema del reparto en cuestión: ¿realmente el problema es que un sector de la población -las personas mayores, los viejos- están acaparando los recursos para sí? No me olvido de que la situación de los más jóvenes es peor, pero también que una medida comparativa nos da, eso, una comparación. No nos dice que los que están mejor estén bien, ni nos asegura que esa mayor riqueza o bienestar relativo se reparta por igual entre quienes componen ese grupo. Pero de eso mejor hablamos en otra ocasión, que da para mucho más, aunque de este tema hablé aquí.

Se me ocurre que, igual, en esta supuesta lucha por la tarta (al más puro estilo malthusianista, creo yo) nos estamos olvidando otros planteamientos y, sobre todo, dejamos de lado la discusión sobre otras alternativas para incrementar (o retener) el contenido de las arcas que sustentan el Estado de Bienestar. Sé que esto es muy atrevido por mi parte, y muy fácil, pues no estoy proponiendo alternativas (aunque tenga ideas para varios libros, que las tengo) pero voy a lo que me inquieta más de esta cuestión: me preocupa este enfoque porque no queda lejos de la visión de Taro Aso -un señor que ha ocupado jefatura ministerial de cosas varias en Japón desde 2012 hasta 2021, incluyendo en su haber el ser Ministro de Finanzas de los gobiernos de Shinzō Abe y Yoshihide Suga y primer ministro de Japón entre 2008 y 2009-. Taro Aso, ese señor que sabía tanto de finanzas y que en 2013 se quedó tan tranquilo cuando dijo aquello de “los viejos deberían darse prisa y morir” y se mostró en contra de cualquier cuidado paliativo. 

A Taro Aso le preocupaba el gasto que la vejez tiene sobre el sistema. Hoy el señor Aso tiene 81 años, si no me equivoco, pero supongo que “consejos vendo y para mí no tengo”. Como decía uno de mis profesores: “a todo el mundo le sobran los viejos, pero nadie quiere que se muera su abuelito”. Qué fascinante la capacidad del ser humano para desvestirse de su humanidad. 

En síntesis: la visión de la “lucha por la merienda” lo que hace es movilizar el hate (que dirían los más modernos) y el edadismo, olvidando que igual el abuelo que se comió la tarta no fue Juan, sino el abuelo de Estebancito, el señor Esteban.  Estebancito, y esto es importante, también comió tarta. Igual tenemos que preguntarnos por qué la familia de los Estebanes come tarta y la de los Juanes no. Igual es que eso es tremendamente injusto. 

Además, resulta muy sencillo eso de “tú, niño, no tienes tarta porque se la comió tu abuelo, que es un tragón acaparador” sin pararse a preguntar cuántos familiares más estaban en la fiesta de cumpleaños o si resulta que alguno se iba con táper de vuelta a casa. Tampoco nos estamos preguntando si Esteban y Estebancito repitieron, simplemente porque estaban más cerca de la tarta o porque se consideró que tenían más méritos a la hora de comer tarta. Sobre la cuestión de la meritocracia hace poco se publicó este informe, que puede servirnos de partida para reflexionar sobre esta cuestión. 

Pero volviendo al reparto ineficiente de la tarta, otra cuestión que me preocupa, enormemente, tiene que ver con la idea (falsa) de que todos los jubilados (y jubiladas) están en estupendas condiciones y que tienen todas sus necesidades cubiertas. Vamos, que comen tarta todos los días. 

Esta idea viene a plantear que el umbral de la vejez equivale a una especie de umbral mágico, de modo que, cuando lo cruzas, tus necesidades quedan adecuadamente cubiertas y todas las penurias que has sufrido a lo largo de tu vida desaparecen. Te vienen achaques, eso sí, pero de repente tienes una bolsa de dinero en el banco, eres propietario (sí, lo son una mayoría, el 89%, cifra que baja un poco cuando nos referimos a mujeres) y cobras una sustanciosa pensión teniendo pocas necesidades, así que tus males económicos se han solucionado. ¿Existen señores y señoras mayores que cumplen estas premisas? Sí, claro que los hay, pero es que ya las cumplían antes de cumplir los 65. No, la vejez no es un umbral mágico (lo situemos a la edad que queramos) que nos integre en el mundo de la homogeneidad, la seguridad y la tranquilidad. Respecto al ejemplo de la vivienda, es cierto que una mayoría es propietaria (algunos con pagos aún pendientes, por lo que su dinero es, más bien, del banco), pero no lo son todas las personas mayores: el 7,5% paga alquiler y el 3,4% reside en una vivienda que alguien o alguna institución les ha cedido temporalmente. 

Parte de estas ideas se dan la mano con la idea de que existe una gerontocracia, de modo que el poder -político, social, económico- les pertenece a las personas mayores. Si esto fuese cierto, se me ocurre, todos querríamos ser viejos y viejas lo antes posible, pero sabemos que no es así. Será entonces que no se nos olvida que los viejos que tienen poder (que haberlos, los hay) son los que ya ostentaban ese poder antes de ser viejos. Cumplir años no es una fórmula mágica para evitar penurias ni para ser más poderosos; es verdad que la lógica de la acumulación individual hace que, en teoría, estemos en mejor situación durante la senectud que respecto a nuestro “yo” joven. Idealmente, a medida que cumplimos años podemos mejorar nuestras condiciones, aunque yo escribí un libro que demostraba que esto, o bien no es cierto en todos los casos (no todo el mundo tiene la capacidad de mejorar su situación a lo largo del ciclo vital) o bien no es capaz de mejorar lo suficiente como para llegar a cubrir las necesidades de un envejecimiento digno. 

Cuando planteamos que la juventud de un país está en peor situación que las personas los mayores, no debemos asumir que esto significa que todas las personas mayores tengan sus necesidades cubiertas. ¿Significa esto que debemos olvidarnos de los jóvenes y centrarnos en los viejos vulnerables? No. Significa que debemos prestar atención a la vulnerabilidad, sin plantear esta dicotomía en la que parece que cubrir las necesidades de unos significa desatender a los otros. “Es que la merienda no da para todos”. Entonces tendremos que ver cómo hemos planificado la merienda. Igual tenemos que repensar el Estado del bienestar. Igual tenemos que ser más creativos (como país) a la hora de organizar meriendas que de verdad calmen las necesidades de todos los que participan en la merienda. Porque si no, lo estamos haciendo mal. 

 

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