La soledad, junto con el estrés y la obesidad, es una de las epidemias más graves del siglo XXI. O lo que es peor: una pandemia, al margen de la que ya vivimos debido al Covid-19.
Cada vez hay más personas que viven y vivirán solas en España. Según el INE, en 2019 había 4.793.700 personas viviendo solas, de las cuales más de dos millones (2.009.100) tenían más de 65 años. Esto suponía un 41,9%, del cual un 72,3% (1.452.300) eran mujeres.
Para 2035, la previsión es que continúe la tendencia al alza. El INE proyecta que dentro de 15 años uno de cada tres hogares será unipersonal, al pasar de los 4,8 millones en la actualidad a los 5,7 millones.
Aunque la soledad es el imperio de la conciencia, según la frase atribuida a Bécquer, y no tiene por qué ser intrínsecamente mala está claro que hay que prestarle atención más que nunca, especialmente cuando ésta se asocia a las personas mayores.
En este punto, es importante puntualizar y no confundir soledad con cierto individualismo o menor necesidad de socializarse que la media de las personas. Pues la soledad se asocia, en términos sociológicos, con el aislamiento social indeseado y agudo, desierto involuntario: no tener con quién hablar, a quién escuchar, con quién compartir, a quién molestar y ser molestado. Se puede estar socialmente aislado y no sentir soledad. Y se puede estar socialmente muy acompañado y sentirla gravemente (el 60% de los casados se sienten solos).
En los últimos meses hemos sido testigos de que la pandemia ha agravado el problema de la soledad en las personas mayores, especialmente en aquellos colectivos con discapacidad, y esto sólo contribuye a que desde la Silver Economy se trabaje en la urgente generación y aceleración de la dependencia. Primero viene la soledad y el aislamiento, luego el deterioro cognitivo y la demencia y/o la dependencia. Y es que la soledad se asocia con grandes males:
Se asocia con la falta de autoestima, la angustia, la ansiedad y la depresión.
Genera dolor físico: el alma duele y se desencadenan reacciones cerebrales en las mismas regiones que se activan con el dolor corporal.
Se asocia con la muerte prematura y, en ocasiones, aumenta las probabilidades de morir por infarto o sufrir accidentes cardio y cerebrovasculares (ictus).
Provoca la disminución y el debilitamiento del sistema inmunológico.
Se asocia con la adquisición de hábitos perniciosos. Entre los más comunes: el alcoholismo (que puede ser causa, consecuencia o ambas) y los trastornos alimentarios (que coadyuvan y contribuyen negativamente en todo lo demás).
Genera curiosas percepciones (nos hace sentir más frío, escuchar ruidos…).
Genera sociopatía y atrofia las capacidades de socialización, los hábitos y las habilidades relacionales.
Puede ser precursora de enfermedades tipo: diabetes y alteraciones del sistema endocrino, artritis, Alzheimer o inflamaciones de todo tipo. Como ejemplo, hay investigaciones que han sugerido que las mujeres que están y se sienten solas tienen hasta cinco veces más probabilidades de generar cáncer de mama que mujeres socializadas y/o en familia.
Trastorna el sueño e influye en el sistema nervioso: las personas en soledad tienen altos niveles de cortisol, en comparación con las personas socialmente conectadas.
Provoca la peor eficacia de los tratamientos médicos, ya que cae en picado la “adherencia” de la persona a los tratamientos farmacológicos.
Y un largo etcétera.
Los costes personales y sociales de la soledad, por tanto, son elevados y de importante impacto; en cambio, más difícil resulta cuantificar los costes económicos. Está claro que la soledad consume gran cantidad de recursos públicos: el gobierno británico ha cuantificado en 32.000 millones de libras los costes sanitarios de la soledad, a los que hay que añadir otros costes de instituciones (penitenciarias, asistenciales, etc).
Hoy sabemos que es necesario contextualizar socialmente la enfermedad de los pacientes del sistema sanitario. Si progresamos en esta vía, pronto podremos calcular con más detalle los costes sanitarios provocados por la soledad, que deben medirse con datos no obtenidos únicamente mediante encuestas, sino en toda la población usuaria de los sistemas de salud. Sería la única forma de manejar datos precisos.
Reflexionemos sobre ello. De difícil medida y objetivación, lo que sabemos con certeza es que la soledad es cara y poco poética, aunque haya inspirado a poetas que nos hablan de diálogo con nosotros mismos: los que están solos a la fuerza acaban por no tenerse ni a sí mismos.