Envejecimiento · 16 Septiembre 2019

HACINAMIENTO: Qué es y cómo afecta a las personas mayores

Cuando hablamos de bienestar residencial o de “salud residencial” de un país hablamos de la cobertura de tres cuestiones fundamentales: la más básica referiría las condiciones de acceso, que atañe a todos los aspectos económicos que tienen que ver con la vivienda. 

Cuando hablamos de condiciones de acceso económico adecuado no solo miramos cuánto pagamos de hipoteca o de alquiler al mes, sino otros gastos relacionados con la vivienda. El más básico sería el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) o el seguro, pero también otros como el pago de la comunidad. Vaya, básicamente la idea bajo el acceso económico adecuado sería que pudiésemos pagar todos los gastos relacionados con la mera ocupación de la vivienda y otros lujos como, por ejemplo, comer. 

En relación también con la capacidad de pago o de mantenimiento de la vivienda, estaría la cuestión de la ausencia de pobreza energética. En los últimos años, tras los efectos devastadores de la crisis (y su visibilización) se está prestando más atención a la cuestión de la cobertura de los recursos energéticos en la vivienda. Este es un tema muy relevante y que afecta en gran medida a los mayores, pero que suele ser muy difícil de medir. No solo habría que mirar la capacidad económica de pago de los suministros, sino el estado de las instalaciones o la ausencia de confort térmico. Por ejemplo, vamos a hablar del caso de Massachusetts o “qué no hacer”. Al venir a vivir aquí, donde en invierno la temperatura mínima media es de -10 grados (aunque recuerdo bien el día que alcanzamos los 20 bajo cero) esperaba edificios bien aislados, con buenas ventanas, preparados para el frío. Pero la vida está llena de sorpresas. La mayoría de las viviendas son de madera y se construyen muy rápido, lo que parece degenerar en cierta dejadez en lo que al aislamiento se refiere. Además, y aunque los edificios no son muy viejos, la calidad constructiva hace que el estado de conservación no sea el idóneo. Más allá de la crítica vacía, lo utilizo como ejemplo idóneo de la ausencia de confort térmico, que provoca un gasto superior en calefacción, por ejemplo. En España tenemos mejor calidad constructiva pero también problemas de aislamiento y de optimización de la energía. Uno de los problemas habituales en las casas de personas mayores que visité era la no renovación de instalaciones ni de ventanas. La degradación de los burletes y los rodamientos hacían que las ventanas no cerrasen correctamente, por ejemplo, y fuese mucho más difícil (y costoso) mantener el calor. Si la temperatura no se mantiene de forma adecuada, o gastamos más en calefacción/electricidad o pasamos frío. En este punto nos preguntaríamos de nuevo si después de pagar las cuestiones relacionadas con el acceso a la vivienda (la ocupación) y la satisfacción de las necesidades de energía (¿podemos pagar la luz?) nos queda dinero para otras cuestiones (de nuevo, comer, ese lujo). 

Sin minimizar la importancia de estas cuestiones, para mi la clave más escondida a la hora de analizar la “salud residencial” referiría las condiciones adecuadas en la propia vivienda. Tiende a dejarse de lado, como si una vez cubierto el techo, diese igual las condiciones de ese techo. En mi tesis lo definía como ausencia de vulnerabilidad y presencia de bienestar (que no, no es lo mismo). 

Dentro de las condiciones adecuadas hay una serie de indicadores a los que prestar atención, algunos de los que ya hemos visto (aquí y aquí). Uno de ellos es la existencia de hacinamiento, que suele dejarse de lado. Por cuestiones relacionadas con el ciclo de hogar (también hablamos de la disminución de los hogares intergeneracionales) los hogares de las personas mayores suelen tener un tamaño reducido. Además, los hogares unipersonales de personas mayores de 65 años son muy numerosos, especialmente entre las mujeres de más edad. Además, hay que señalar que, afortunadamente, el hacinamiento no es uno de los grandes problemas en España, especialmente si comparamos con la situación de otros países europeos (aunque esto no significa que no exista). 

Gráfico 1: Ratio de hacinamiento por países, 2017.

Fuente: elaboración propia a partir de datos de EU-SILC.

Pero ¿qué es el hacinamiento? Esta variable pone en relación el número de personas viviendo en el hogar con el espacio disponible en la vivienda. Existen dos maneras de analizar el hacinamiento: según la cantidad de espacio disponible (metros cuadrados hábiles por habitantes) y según cómo se distribuye ese espacio dentro de la vivienda (número de habitaciones). El hacinamiento se traduce en una ausencia de privacidad, que puede conducir a un menor bienestar subjetivo, estrés, y a mala salud mental. 

Principalmente, la forma de medirlo depende de la disponibilidad de información y de la base que utilicemos. Para establecer qué es hacinamiento y qué no lo es (el umbral) se tienen en cuenta diferentes aspectos, como qué queremos medir concretamente dentro de la potencial situación de hacinamiento u otras valoraciones sobre los hogares que estemos analizando. Estas consideraciones cambian a veces sobre la base de criterios culturales. Por ejemplo, en Latinoamérica, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) establece el hacinamiento en más de 3 personas por dormitorio. Es decir, una persona más de las que se consideran en los estudios europeos en Europa. La Organización Mundial de la Salud (OMS) apunta a la necesidad de espacio suficiente para la salud y la vida familiar, incluyendo al menos un mínimo grado de privacidad para cada miembro del hogar. Más específicamente, señala la necesidad de dormitorios separados para adolescentes y miembros adultos de sexos opuestos. También indica la necesidad de que los animales domésticos duerman en otro lugar diferente a los ocupados por los miembros del hogar. 

En Europa, la oficina de estadística EUROSTAT utiliza una medida más compleja y rigurosa al tener en cuenta que la situación de hacinamiento no tiene el mismo efecto según la edad o el parentesco de las personas que ocupan el hogar. Tiene lógica, si pensamos que el hacinamiento en un hogar multipersonal de personas que no son familia tendrá un impacto diferente sobre la calidad de vida de sus ocupantes que cuando el hacinamiento se produce entre los miembros de un mismo núcleo. 

Definen el umbral determinando la situación de exceso de personas por espacio disponible, teniendo en cuenta tanto la edad como las relaciones familiares entre los miembros del hogar. Así, la definición de espacio mínimo será:

  • Una habitación de estar, para el hogar (equivalente a salón o salita de estar).
  • Una habitación por pareja en el hogar.
  • Una habitación por cada persona soltera que tenga más de 18 años de edad.
  • Una habitación por cada dos personas del mismo género que tengan entre 12 y 17 años de edad.
  • Una habitación por cada persona de entre 12 y 17 años no incluidas en la anterior categoría
  • Una habitación por cada par de niños menores de 12 años.

Pero, concretamente, ¿Cómo afecta a los mayores de 65 años? Pues están en mejor situación que el resto de las edades. Solo el 1,9% sufre hacinamiento, siendo los niños y niñas quienes lo padecen en mayor medida. Como era de esperar, a medida que empeora la situación económica del hogar, el número de personas de cualquier edad que sufre este problema aumenta.  

Las implicaciones o motivos por los que se produce ese hacinamiento son diferentes también en función de la edad; si bien el hacinamiento en otras etapas de la vida puede responder a una estrategia residencial temporal, en el caso de los mayores suele responder a otras razones y plantearse de modo indefinido. En la mayoría de los casos, lo que sucede es que se tiene a minusvalorar la necesidad de espacio personal de las personas de más edad. Sucede a menudo cuando el abuelo se va a vivir con los hijos. A veces, simplemente, no hay espacio extra, y las soluciones a este problema no son las idóneas. 

Es especialmente dificultoso cuando hablamos de viviendas rotativas, en las que la persona mayor se va un mes con cada hijo. No todas las casas están preparadas para dar cobijo a una persona extra, y cuando es una ocupación temporal, se minusvalora aún más la importancia del espacio personal de los mayores, como si el hecho de vivir con los hijos les hiciese no necesitar un espacio propio. Es el caso de comedores que se convertían en dormitorios (a veces cuando se acababa el programa favorito de la familia) o terrazas que se cierran, espacios delimitados por cortinas. Con la mejor de las intenciones, pero el amor de los hijos y los nietos no anula la existencia de necesidades asociadas a la vivienda. Y tener un espacio privado en el hogar es una de ellas. 

 

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