En 2020 el cáncer hepático fue el sexto más frecuente a nivel mundial, pero ocupó la tercera posición en mortalidad debida al cáncer. Los casos de cáncer hepático se han triplicado en los últimos veinte años, especialmente entre las personas mayores de 65 años. Estos tumores se caracterizan por tener una evolución silenciosa en las etapas iniciales, lo que justifica que se suelan diagnosticar en etapas avanzadas de desarrollo, cuando los pacientes ya no son candidatos para un tratamiento curativo basado en cirugía y, aunque en los últimos años están aumentando las opciones de tratamiento farmacológico, el pronóstico sigue siendo malo.
Uno de los avances que sería más útil para mejorar la calidad de vida y la supervivencia de los pacientes con cáncer hepático es disponer de técnicas mínimamente invasivas, mediante análisis de sangre, para llevar a cabo el diagnóstico en etapas tempranas; esto permitiría que más pacientes pudieran recibir un tratamiento quirúrgico y que tuvieran más posibilidades de curarse. En los últimos años se ha investigado la potencial utilidad de distintos compuestos en sangre como biomarcadores (proteínas, microRNAs, o metabolitos) y con algunos de ellos se han obtenido resultados prometedores para el diagnóstico preciso de los dos tumores más frecuentes que afectan al hígado (el hepatocarcinoma y el colangiocarcinoma intrahepático) y también para distinguir entre el colangiocarcinoma distal y el cáncer de páncreas. El diagnóstico preciso de cada tipo de tumor es necesario para que cada paciente reciba el tratamiento más adecuado, ya que es diferente para cada tumor. En la actualidad, varios paneles de biomarcadores se están investigando en estudios de validación y en el futuro podrían llegar a la clínica.