Cada vez nacen menos niños en España. De los 650.000 nacimientos que se registraron en nuestro país en 1958 hemos pasado a los 322.075 de 2023, un 2% menos que en el año anterior y la cifra más baja desde que arranca la serie histórica del Instituto Nacional de Estadística (INE) en 1941. La tendencia a la baja de la natalidad viene de lejos y evidencia el envejecimiento demográfico y la inversión de nuestra pirámide poblacional.
Según los datos provisionales publicados este miércoles por ese organismo, los nacimientos han caído un 24,1% en la última década. Solo la Comunidad de Madrid y Extremadura pueden presumir de ir a la contra y registraron más bebés en 2023 que el año anterior.
Nuestro país es ahora mismo el segundo de Europa con menor tasa de natalidad y tiene un altísimo número de población mayor. Frente al decreciente volumen de nacimientos, el número de defunciones en 2023 se situó en 435.331, un 5,8% menos que en 2022, ¿Cómo nos afecta este envejecimiento poblacional a los mayores de 50 años?
Consecuencias de la pirámide poblacional invertida
La pirámide poblacional invertida supone tener una estructura inferior debilitada y una estructura superior abultada, gracias a la mayor esperanza de vida. Una primera consecuencia de esto es la merma de los ingresos de los impuestos sobre el trabajo y de las aportaciones al sistema de pensiones a causa de la reducción de la población en edad legal de trabajar, según alerta un informe de la OCDE. El Banco de España estima que en 2050 habrá dos jubilados por cada tres trabajadores en activo. Una situación de extrema dependencia que tendrá un efecto en el consumo, la inversión, el empleo, la productividad, los salarios y los precios.
El riesgo para la sostenibilidad del sistema de pensiones podría verse atenuado, no solo incrementando el gasto, sino prolongando de manera efectiva la vida laboral de aquellos que están cercanos al retiro, es decir, la amplia generación de los baby boomers. Algo que ya estamos viendo. La edad de jubilación en España en 2024 es de 66 años y seis meses para las personas que no han llegado a los 38 años cotizados. Para 2027 alcanzará los 67 años. Y se está incentivando el seguir trabajando más allá de esa edad.
Pero, además, una población más envejecida también supone un incremento de la demanda de servicios sanitarios. Eso, unido a una reducción de la población activa, podría influir negativamente en la sostenibilidad de los sistemas sanitarios. La cosa se agrava si tenemos en cuenta que la financiación global de los servicios sanitarios y de atención a la tercera edad depende de los ingresos generados por los impuestos y/o las cotizaciones sociales obligatorias.
El segundo país de Europa con menor tasa de natalidad
La realidad es que la maternidad se va retrasando poco a poco, pues ya se producen en el país más alumbramientos de madres de 40 años o más (el 10,7% del total), que de mujeres menores de 25 años (un 9,4%). Este fenómeno se debe en buena parte a que nuestros hijos cada vez tardan más en alcanzar los supuestos objetivos que se esperan de cada etapa vital.
Conseguir un empleo estable o acceder a una vivienda cada vez es más complicado, lo que motiva que muchos no quieran embarcarse en la crianza de un hijo con un sueldo bajo o inexistente, los precios por las nubes y sin una red de apoyo que garantice la conciliación. No olvidemos que, según el informe de crianza de 2022 de Save The Children, criar a un hijo en España cuesta de media 672 euros al mes. En 2018 este coste era, de media, de 587 euros.
Cambio de prioridades
Pero las razones de que los jóvenes hayan dejado de tener hijos no son solo económicas. "La gente que tiene dinero puede acceder a la vivienda y tampoco tienen niños. En los lugares con más renta per cápita en España la media tampoco es para tirar cohetes", explicaba Alejandro Macarrón, coordinador del Observatorio Demográfico del CEU, en la Cope.
La inquietud por la emergencia climática o 'ecoansiedad', la amenaza bélica, la incertidumbre global, la resaca de una pandemia mundial o la transición hacia unos valores menos comprometidos con los vínculos familiares han alterado por completo la idea de paternidad. El feminismo también ha contribuido a este cambio de prioridades, dejando a un lado los imperativos sociales en favor de la libertad de decisión.
"La propaganda pronatalista está siempre ahí para explicarnos que tener un hijo nos hace felices, que no hay nada más hermoso que la sonrisa de un niño, que un hijo te hace mejor persona... Pero en los últimos años oímos hablar cada vez más del agotamiento de los padres e incluso de su arrepentimiento... Se ha liberado el discurso contra la idea de tener hijos", sostiene la economista, psicoanalista y escritora francesa Corinne Maier.
No es nada extraño en este contexto el auge de las familias llamadas de Doble Ingreso Sin Hijos o 'Dinks', por sus siglas en inglés ('Dual Income No Kids'), o que en nuestro país ya haya más perros (más de 9 millones) que niños menores de 14 años (6.689.607). "Tener un hijo hoy es como dar a la luz dentro de un tren que va a gran velocidad directo a caer por un precipicio. ¿Qué clase de irresponsable querría ser padre o madre así? De hecho, es un milagro que alguien se anime", sostiene el filósofo Francesc Torralba, autor de 'Cuando todo se desmorona'.
¿Qué se podría hacer para que la población crezca? Principalmente se deberían dar facilidades por parte de las empresas y del Estado para que la conciliación sea una realidad y ampliar permisos para que económicamente la maternidad y la paternidad fueran más sostenibles. También aligerar los trámites de adopción para evitar que estos procesos sean interminables. Pero, sobre todo, se necesitan políticas que faciliten un salario digno y el acceso a la vivienda de los más jóvenes.