Las previsiones sobre el impacto combinado del envejecimiento y la caída de la natalidad en la demografía son implacables. En 2025 la población de más de 50 años en los países del G20 representará el 40% de la población activa, once puntos más que en 2018. Por su parte, a mitad de siglo, España contará con 23,3 millones de habitantes sénior y con 77 jubilados por cada 100 personas en edad de trabajar.
La reacción natural ante este nuevo escenario es la de preocupación por la sostenibilidad de la sociedad del bienestar. Sin embargo, Massimo Cermelli, profesor de Economía en la Deusto Business School, es optimista y señala la contradicción de que «vivir más y mejor se vea como un lastre para la sociedad, algo que solo tiene sentido si se analiza desde una lógica mercantilista». Aunque Cermelli nació recién acabada la generación del 'baby boom', que amenaza con poner el sistema de pensiones patas arriba, él no teme por la suya. «La economía se reajustará y buscará un nuevo equilibrio», vaticina. Y, en esa transformación, cada vez son más los expertos que ven jugosas oportunidades en lo que se conoce como la economía de la longevidad. «Porque los mayores de 50 de hoy no son como nuestros abuelos. Tienen un elevado poder adquisitivo y un patrón de consumo cada vez más joven. Destinan mucho dinero al ocio, al cuidado del cuerpo y al bienestar general», comenta el profesor.
Juan Martín, coordinador del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CNIE), es de la misma opinión y encuentra argumentos de peso en la historia. «Las anteriores reducciones de la mortalidad y las mejoras en la salud condujeron a importantes ganancias en la esperanza de vida que se tradujeron en réditos económicos, ya que una mayor proporción de trabajadores sanos y educados impulsó la economía», recuerda. En su opinión, la coyuntura actual no tiene por qué ser diferente. «Lograr un dividendo de longevidad garantizará que el mismo impulso económico surja de las mejoras en la mortalidad y la salud también a edades más avanzadas», sentencia.
Un estudio realizado por Oxford Economics y la Universidad de Salamanca, publicado a finales de septiembre por el CNIE, cuantifica el impacto económico que tienen en España los 18,6 millones de residentes mayores de 50 años: 325.303 millones de euros, casi un tercio del PIB nacional. 170.505 millones corresponden al gasto que realizan de forma directa, mientras que el resto es un impacto indirecto calculado a través de las actividades de adquisición de empresas que les suministran bienes y servicios y de los salarios que pagan a sus trabajadores. A todo ello hay que sumar los 35.660 millones de euros del impacto que tienen los turistas senior del extranjero.
Además, el estudio estima que, en 2019, el gasto de los mayores de 50 años sostuvo más de 4,4 millones de empleos –más de una quinta parte del total– y generó ingresos fiscales de 118.110 millones. Por si fuese poco, la participación de este segmento de población en el mercado laboral «contribuye a mejorar la productividad nacional, ya que ocupan puestos que requieren mayor cualificación en mayor proporción y ganan en promedio sueldos más altos que trabajadores más jóvenes». No en vano, el gasto de los mayores de 50 se sitúa en 17.960 euros al año, 3.990 euros más que el de quienes tienen entre 25 y 49.
Todo apunta a que esta diferencia continuará aumentando. Si se cumplen los pronósticos, los ciudadanos sénior generarán en 2035 el 40% de la riqueza en la Unión Europea y, según el Centro Internacional para la Longevidad, en 2040 protagonizarán el 63% del consumo total. «Se debe adecuar la economía al envejecimiento, porque la gente mayor concentra mucha riqueza. Hay sectores como la nutrición, los cuidados o incluso la formación, que se abren a un mundo nuevo si son capaces de digerir su consumo», avanza Mercedes Ayuso, catedrática de Estadística Actuarial de la Universidad de Barcelona. «Las empresas lo han entendido, y se nota en las campañas de publicidad de un creciente número de productos desarrollados para los senior», señala Cermelli, que también subraya el valor que los mayores de 50 tienen dentro de las empresas: «Hay que integrarlos en equipos de jóvenes, porque la productividad se dispara con la diversidad».
Más transiciones y etapas
A ese respecto, Martín prevé un cambio en la estructura de las carreras laborales. «Se alargarán en respuesta a la mayor esperanza de vida y se caracterizarán por más transiciones y más etapas. Se trabajará durante más tiempo, pero en diferentes funciones, potencialmente en diferentes sectores y haciendo un mayor uso del trabajo a tiempo parcial y flexible».
El informe del CNIE concluye que «la economía de la longevidad española es un factor clave para el impulso de la actividad económica del país», y afirma que «es esencial analizar el alcance de su impacto para aprovechar sus ventajas y fomentar la prosperidad y el desarrollo económicos». Pablo A. Muñoz, del Departamento de Administración y Economía de la Empresa de la Universidad de Salamanca, es uno de sus autores y sostiene que «la población de más de 50 tiene un papel fundamental en la mejora de la calidad de vida actual y futura del país». Eso sí, reconoce que, para tener éxito en esta transformación socioeconómica, a la inmigración se deben sumar «dos palancas que tienen una fuerte vinculación: el alargamiento de la vida laboral efectiva y la adopción de nuevas tecnologías para seguir mejorando la productividad de nuestras empresas y servicios públicos».
Martín concuerda: «Lograr este dividendo de la longevidad requiere grandes cambios en la forma en que estructuramos el curso de la vida, en cómo las empresas apoyan a los trabajadores, en cómo se organizan los sistemas de salud y en cómo los gobiernos ven el empleo». Además, la transformación es continua, y los sénior de mañana serán diferentes a los de hoy. «La estructura del gasto cambia con los hábitos de vida. Posiblemente, las nuevas generaciones no dispongan de la inversión inmobiliaria que hoy tienen las personas mayores, tendrán más movilidad, utilizarán más la tecnología para acceder a ocio, trabajo o para comprar, y tendrán un gasto en educación mayor que el actual», señala Muñoz.
«Las necesidades de los jubilados van a cambiar bastante porque va a seguir aumentando lo que conocemos como esperanza de vida saludable. Es ese tiempo en el que las personas no son dependientes y no aumentan mucho su gasto en salud. Seguramente, ese período se alargue hasta los 80 años, lo cual deja diez o quince en los que consumirán productos y servicios muy similares a los del resto de la población, sobre todo porque las pensiones medias superan ya los sueldos de los jóvenes», analiza Diego Valero, director del Programa Global de Pensiones. No obstante, recalca que, para aprovechar estas nuevas oportunidades, «hay que poner más énfasis en la adaptación de la economía a este sector de la población que va a continuar aumentando, y que también puede ser inversora».
Fuente: El Correo