Investigación · 24 Febrero 2020

¿Cómo afecta a las personas mayores la contaminación?

La contaminación es un tema relevante, sin duda alguna. Parece sin embargo comprenderse a veces como una especia de posición ideológica o como una especie de arma arrojadiza, en la que los sectores más conservadores se oponen a reconocer que afecta a la salud o incluso que existe. Por ejemplo, en Estados Unidos, el pasado enero, Trump eliminó la protección ambiental de los arroyos, humedales y aguas subterráneas. Esta no era una normativa aislada, sino que, con esta, la administración Trump, completa una serie de actividades dispuestas a acabar con los avances que Estados Unidos había logrado en materia medioambiental -Es importante que hablemos de “administración Trump” porque ojo, esto no es un solo individuo al que se le ocurren ideas al azar, sino que detrás hay un equipo que apoya, que comparte, que ejecuta-. En el tiempo que lleva en el gobierno se han derogado o reducido casi 100 leyes ambientales o normas sobre cambio climático, referentes a la protección del aire limpio, contra la contaminación química, la perforación petrolera (que produce tanto beneficio económico para unos pocos como perjudica en otros aspectos a muchos) y la protección de las especies en peligro de extinción. Ahí es nada.

No vamos a echarnos las manos a la cabeza criticando a Trump. En España también hay políticos que niegan la contaminación ambiental, bien negándolo, bien diciendo que de eso no se muere nadie (veremos por qué es un error) o de manera fáctica, eliminando mecanismos para reducir la polución ambiental (el resumen de esto lo encontráis aquí, donde resumimos estos resultados). Lo cierto es que sí, de amor no se muere (decía en su canción Gianni Bella) pero por culpa de la contaminación sí: la Organización Mundial de la Salud estima que 4,2 millones de muertes por año en todo el mundo se deben a la contaminación del aire. Esto está relacionado con la aglomeración en las ciudades, que hacen que necesitemos más transporte (para desplazarnos nosotros, pero también para que nos lleguen los alimentos, por ejemplo). Lo cierto es que la mayoría de las ciudades modernas se han diseñado más hacia la necesidad derivada del transporte que a la de sus habitantes, sin tener en cuenta preocupaciones relativas a la calidad del aire. De hecho, el 91% de la población mundial vive en lugares en los que no se cumplen los niveles de calidad del aire especificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Muchas ciudades han dado prioridad al uso de vehículos motorizados, lo que ha tenido un importante impacto negativo en la salud y la calidad de vida (de esto hablamos aquí). Entre los mayores damnificados por este uso del espacio: los niños y niñas y las personas mayores, que son quienes tienen una menor representación en el espacio (no solo en el social, resulta que también en el físico) y en quienes menos se piensa cuando se interviene en el espacio urbano. 

Es más: se ha comprobado que la contaminación del aire es el principal riesgo para la salud en la Unión Europea. No solo es carcinogénico (incluso cuando se aíslan otras variables), reduce la capacidad pulmonar, agrava el asma y está asociado con enfermedades pulmonares crónicas. Además, provoca infertilidad y diabetes tipo 2 en adultos. También se ha relacionado con otras enfermedades como obesidad, inflamación sistémica, aceleramiento del envejecimiento celular, demencia y Alzheimer. Tiene otros efectos, como osteoporosis o incluso cuestiones menores, como la conjuntivitis. Afecta de forma diferente a los distintos grupos de edad. Es realmente negativo entre los niños, habiéndose demostrado una menor inteligencia, retrasos en el desarrollo psicomotor y afecta terriblemente a su memoria. Entre las embarazas tiene también consecuencias muy negativas, reduciendo el transporte de oxígeno y nutrientes al feto en desarrollo, además de poder tener efectos sobre el adelantamiento del parto (lo dicen Mendola, P. et al. aquí).

El otro grupo de edad a quienes más afecta es a las personas mayores. No solo acorta su vida, sino que la empeora. Hay pruebas sólidas de una asociación entre la exposición a corto plazo a los contaminantes del aire y la mayor presencia de enfermedades respiratorias entre las personas mayores. Esto es importante, porque hablamos aquí del corto plazo: no es un riesgo “aplazado” y potencial en el tiempo. Es un riesgo que amenaza aquí y ahora. La exposición crónica a niveles elevados de contaminación atmosférica se ha relacionado con la incidencia de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, la bronquitis crónica, el asma y el enfisema pulmonar. También hay cada vez más pruebas que sugieren que se producen diversos efectos adversos al funcionamiento respiratorio relacionados con la exposición a largo plazo a la contaminación del aire ambiente.

Pero, sobre todo, funciona como un agravante de las enfermedades preexistentes. Y no sabemos más porque (esto no os sorprenderá) se ha dedicado menor esfuerzo a analizar los efectos de la contaminación en las personas mayores. Sí se ha constatado recientemente que afecta al cerebro de la misma forma que lo hace el alzheimer. Sí, provoca menor agudeza mental, según un estudio liderado por Diana Younan. Como señalan ella junto a otros investigadores, la exposición a largo plazo a la contaminación del aire se asocia con menores puntuaciones en las pruebas de agudeza mental. Una razón podría ser que la contaminación del aire causa cambios en la estructura del cerebro que se asemejan a los que produce la enfermedad de Alzheimer. En su estudio, desarrollado en Estados Unidos a lo largo de 11 años (qué maravilla contar con fondos para poder hacer investigaciones longitudinales) con 998 mujeres participantes de entre 73 y 87 años de edad, encontraron que cuanto mayor era la exposición a determinados contaminantes del aire, más bajas eran sus puntuaciones en las pruebas cognitivas. Estamos hablando de mujeres sanas, sin demencias y el contaminante referido era el PM 2,5. Estas son unas partículas muy pequeñas, que penetran fácilmente en los pulmones y en el torrente sanguíneo y que, como me decía un compañero de MIT, pueden de forma más o menos literal perforar nuestros pulmones. Vamos, que cuando respiramos contaminación, nuestro cerebro se atrofia de la misma manera que lo haría el Alzheimer. Buscamos la cura contra el Alzheimer; ¿por qué no apostar por políticas urbanas que reduzcan la contaminación del aire? No solo es mejor prevenir que curar. Suele ser más barato también. Como guinda del pastel, la reducción de la contaminación (y del tráfico) tendría efectos positivos sobre la inclusión de los niños, niñas y personas mayores en el espacio social. Suena bien, ¿verdad?

 

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