Hubo un rey sumerio, Gilgamesh, cuya epopeya quedó registrada en tablas que datan aproximadamente del año 2000 AC, que narraba el descubrimiento de una planta que concedía inmortalidad a quien la ingiriese. Dice la mitología que un personaje muy diferente, el melancólico Titono, le pidió alguna vez al dios Zeus la eternidad, con la precaución de solicitarle que viniera acompañada con la juventud permanente.
En el siglo XVI, el conquistador español Juan Ponce de León navegó por los nuevos mundos en sucesivas expediciones en búsqueda de la fuente de la juventud. Ya en 1890, el escritor Oscar Wilde daba vida a un Dorian Gray que vendía su alma al diablo con tal de no envejecer jamás.
Ya entrado el siglo XXI, lo que la mitología y la literatura crearan se continúa, de algún modo, en la investigación científica y tecnológica. Hace menos de un año, las empresas Apple, Amazon, Google, Microsoft y Facebook aplicaron gran parte de su facturación en los Estados Unidos (alrededor de 150 mil millones de dólares) a lo que hoy día es denominado “el mercado de la longevidad”. Google fundó Calico (por California Life Company), cuyo objetivo, alimentado por nada menos que mil millones de dólares para investigación, es claro: “Además de lo que respecta a la genética, nos interesa estudiar las características del envejecimiento, la energía celular, las respuestas del organismo ante el estrés. Nuestras principales áreas terapéuticas incluyen la cardiología, la oncología, las enfermedades neurodegenerativas y la inflamación crónica, porque la incidencias de todas esas condiciones aumenta de manera acentuada el proceso de envejecimiento, y están relacionadas con una alta tasa de mortalidad”.
Para el israelí Yuval Noah Harari, autor del best seller “Sapiens: Una breve historia de la humanidad”, “la muerte ya puede ser opcional”, y eso puede establecer un nuevo tipo de desigualdad, porque habrá quienes no puedan escapar de tener un envejecimiento sufrido y doliente, ajenos a los tratamientos médicos y científicos más innovadores, mientras que otros podrán pagar para poder alcanzar cierta especie de “eternidad”.
Harari suena extremo, y se alimenta de otro gurú en estos temas, el estadounidense Raymond Kurzweill, director de ingeniería de Google, consejero de Bill Gates, que se auto rotula como inventor y experto en futurismo. Es el creador del concepto de singularidad, según el cual para el año 2029, apenas una década de aquí en más, la humanidad tendrá los recursos de inteligencia artificial necesarios “para que las máquinas alcancen a la inteligencia humana, incluyendo a la inteligencia emocional de las personas”. Según Kurzweill, será posible implantar en el cerebro de las personas una computadora del tamaño de una arveja para sustituir neuronas destruidas por el mal de Parkinson.
Suena extremo, mientras en el mundo enfermedades controladas y hasta erradicadas vuelven con brotes alarmantes, como en el caso del sarampión; mientras otras siguen acechando, sin extinción a la vista, como el cólera y el Chagas. Pero de lo que se trata es de aquello que grupos de científicos de diversas partes del mundo investigan para que, quienes pueden, vivan más tiempo y con mejor salud. En términos concretos y medidos, nadie apuesta por una vida que supere los 130 años, pero con salud, lucidez y buen estado físico.
Aprender a cuidarse. Fuera de California y nada menos que en el mítico Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), hoy existe el Laboratorio de envejecimiento, conocido como AgeLab, dedicado al estudio y diseño de tecnologías para prolongar la existencia. Uno de los proyectos que ya va a todo vapor es lograr que jóvenes de fuertes y vigorosos sientan en sus cuerpos los cambios fisiológicos que se desatan a partir de, más o menos, los setenta años. Un cinturón atado al cuello imita la movilidad reducida de la columna y de las vértebras cervicales. Un conjunto de fajas ubicadas alrededor de los codos, muñecas y rodillas, ayudan a simular rigidez. Guantes especiales afectan la agudeza táctil. Zapatos de plástico con suelas irregulares causan el desequilibrio al caminar, típico de la edad avanzada.
La idea es anticipar soluciones que permitan darle auxilio a los organismos aún jóvenes, con el objetivo de prevenir futuros problemas. “En el pase del siglo XX al XXI creamos el mayor regalo de la civilización: 30 años extra de vida, pero no sabemos cómo lidiar con eso. Ahora que estamos viviendo más, ¿cómo vamos a planificarlo y qué vamos a hacer?”, se pregunta el director del laboratorio, Joseph Coughlin.
Y es que la realidad se impone, más allá de los planteos futuristas. Esta es la primera vez en la historia humana que el planeta está habitado por más personas que superan los 65 años, que aquellos que tienen solamente cinco. El punto es que hay quienes apuestan a algo más que alargar la existencia. Hay entre quienes estudian el envejecimientos dos grandes líneas: aquellos que buscan dar con métodos para lograr un envejecimiento saludable, y quienes pretenden prolongar la vida, cada vez, un poco más. Los primeros son mayoritarios y es donde la actividad es más productiva.
Corazón, cáncer, defensas. Hay varias áreas que se destacan en estos de prolongar la vida saludable de los seres humanos, entre ellas, la cardiología (los problemas cardiovasculares surgen mayormente en personas que superan los 56 años, aunque se está observando un aumento de los accidentes cerebrovasculares en gente muy joven) y la oncología, que está estrechamente vinculada con el sistema inmunológico.
Científicos de la Universidad de Tel Aviv, por caso, diseñaron un dispositivo que llevará el material genético de un paciente y sustituirá a los trasplantes. El prototipo pionero fue presentado recientemente, y tiene el tamaño de un corazón de conejo. Ya fueron fabricadas otras versiones, pero la israelí es la primera que cuenta con todos los vasos sanguíneos, los ventrículos y las cámaras, usando una tinta hecha a partir de sustancias biológicas naturales. El desafío, ahora, es fabricar un órgano compatible con el tamaño del cuerpo humano.
En el área de la infectología también hay novedades. Un medicamento desarrollado para personas mayores de 65 años por una empresa de biotecnología (el RTB101) estimula al organismo para que no sufra con las enfermedades infecciosas, como la gripe y la neumonía. Y en lo que a oncología se refiere, una de las grandes búsquedas es lograr que las propias células del sistema inmune puedan combatir los más diversos cánceres, de manera totalmente individualizada.
Las estadísticas a nivel mundial indican que, en promedio, una de cada cinco personas mayores de 65 años tendrá un derrame cerebral. En la clínica Cleveland (Estados Unidos) está desarrollando una técnica que apela a estímulos cerebrales para eliminar las secuelas. En el primer testeo, una mujer logró recuperar el movimiento de sus brazos.
En la universidad de Tübingen, en Alemania, los especialistas investigan una prueba que detecta la existencia de Alzheimer 16 años antes de que aparezcan sus síntomas. Lo que hace el estudio es rastrear el nivel de la proteína NfL, que pone la estructura interna de las células nerviosas. La presencia de altas cantidades de la sustancia sería indicio de que los daños al cerebro asociados al mal de Alzheimer ya comenzaron. Ambas investigaciones son de largo aliento: al menos diez años a futuro.
Pero no solo se trata de enfermedades, sino también de cómo se atiende a los pacientes. Y las unidades de terapia intensiva, en ese sentido, están en la mira. La incidencia de la muerte en ellas es actualmente del 20 por ciento y el objetivo de los especialistas es reducirla a un 5 por ciento. Para eso, la industria invierte en dos frentes. Uno de ellos pretende evitar al máximo el estrés del paciente, que hace más difícil su restablecimiento. En el Hospital de Ginebra (Suiza), por ejemplo, se está poniendo a prueba un modo de monitorear la reacción cerebral de bebés con la estimulación por medio de la música.
Y en el Instituto de Tecnología de Guwahati, en la India, se está probando un dispositivo electrónico capaz de diagnosticar el tipo exacto de una bacteria, al instante. De funcionar, el equipo evitaría o reduciría fuertemente la principal causa de muerte en las unidades de terapia intensiva: la sepsis, o infección generalizada.
Este es apenas un punteo de desarrollos e investigaciones en diferentes lugares del mundo, pero hay muchos más, incluyendo el estudio de sustancias como la rapamicina, un inmunosupresor que es usado contra el proceso de rechazo a los órganos trasplantados, y que ya se mostró eficiente al momento de bloquear una enzima que acelera la división celular, atajo para el envejecimiento del organismo. La sustancia aumenta la expectativa de vida en un 38 por ciento, aunque aún no ha empezado a ser probada en seres humanos.
Fuente: Noticias Perfil