El envejecimiento de la población constituye un cambio en la estructura por edades de la población dentro de la cual las personas mayores forman una proporción cada vez mayor del total. Pero mientras la sociedad entiende el concepto de envejecimiento de la población, otra cosa es cómo debemos medirlo. En un contexto de mejores niveles de supervivencia entre las personas mayores y un mercado laboral infrautilizado, se podría cuestionar si es aconsejable basar toma de decisiones sobre las políticas de empleo y salud en indicadores de dependencia de población en la vejez donde la edad de 65 años está considerada como “umbral de vejez” y la edad 15-64 como la “población productiva”. Para este debate, ofreceré brevemente los principales argumentos teóricos y hallazgos empíricos para utilizar indicadores alternativos que mide la dependencia en la vejez y aportar una reflexión para el caso español. Para concluir, recomiendo basar el “umbral de vejez” en la esperanza de vida restante y no en una edad exacta para dar una visión más exacta del grado de envejecimiento al tener en cuenta las mejoras en la esperanza de vida en edades avanzadas.
El envejecimiento de la población es el proceso donde la baja fecundidad y el descenso en la mortalidad dan lugar a cambios en la estructura por edades de la población dentro de la cual las personas mayores constituyen una proporción cada vez mayor del total. Este proceso se considera de importancia económica debido a una característica fundamental del ciclo de la vida económica, a saber, que los adultos en edad de trabajar producen más –a través de su fuerza de trabajo– de lo que consumen al contrario a los ancianos y los niños que ellos sostienen en una forma directa o indirecta. Pero mientras la sociedad entiende el concepto de envejecimiento de la población, otra cosa es cómo debemos medirlo.
La sociedad entiende el concepto de envejecimiento de la población, otra cosa es cómo debemos medirlo
Hasta ahora, probablemente el indicador de envejecimiento de población más utilizado es la tasa de dependencia de población envejecida (en adelante TDE), que se obtiene dividiendo la población de edad avanzada (65+) por la población en edad de trabajar (16-64 o 20-64). Una razón importante porque se basa las medidas del envejecimiento de la población en límites de edad estáticas se debe a la edad de elegibilidad establecida por la política pública en los acuerdos sociales relacionados con el envejecimiento, en particular los planes públicos de pensiones. La pregunta que se puede plantear, sin embargo, es lo útil que realmente es tal definición porque asuma que no habrá avances en factores importantes como la esperanza de vida. Basado en trabajos anteriores (Sanderson y Scherbov 2010, Spijker y MacInnes 2013, Spijker 2015, Spijker y Schneider 2020), la idea de este artículo es resumir los principales argumentos teóricos y hallazgos empíricos para utilizar indicadores alternativos que mide la dependencia en la vejez a los tradicionales.
Desde la demografía uno puede argumentar que el envejecimiento demográfico es “el incremento de la edad media de una población”, tal como alega Dr. Julio Pérez en su respuesta a la pregunta de debate. Tiene razón: si aumenta la edad media, la población envejece.
Para las personas en general y la política en particular la edad media tiene poca utilidad. Además, y clave para el debate, es que se comete el error de ver la edad como un concepto estático
Parece obvio. En 1970 esa edad equivalía a sólo 33 años, en 2000 40 años y en 2019 44 años. La población española ha envejecido 11 años en medio siglo. ¡Pero para mí este debate no queda zanjado! Eso es porque para las personas en general y la política en particular la edad media tiene poca utilidad. Además, y clave para el debate, es que se comete el error de ver la edad como un concepto estático.
Contar las personas mayores ‘dependientes’
Para las personas de 65 años, tradicionalmente el umbral vinculado a la edad legal de pensiones y del comienzo de la vejez, la esperanza de vida restante (EVR) no ha parado de aumentar. Eso nos lleva a la gran pregunta: ¿Cuándo se considera que una persona es “vieja” o “anciana”? Las políticas vigentes suelen adoptar el criterio de la edad legal de jubilación.
La edad legal de jubilación, hasta hace bien poco, era la misma edad que cuando entró en vigor el primer sistema público de pensiones en España en 1919, a pesar de que la probabilidad promedio de sobrevivir desde el nacimiento hasta los 65 años aumentó del 32% entonces al 90% ahora
No obstante, es, hasta hace bien poco, la misma edad que cuando entró en vigor el primer sistema público de pensiones en España en 1919, a pesar de que la probabilidad promedio de sobrevivir desde el nacimiento hasta los 65 años aumentó del 32% entonces al 90% ahora (las mujeres un poco más, los hombres un poco menos) y la esperanza de vida a los 65 años de 10 a 21 años. Es decir ¿podemos comparar una persona de 65 años de hoy con otra de hace un siglo si por delante tiene el doble de años por vivir? ¿O incluso con una de hace apenas una década, ya que todavía no hay indicios de que las mejoras se ralenticen? Yo diría que no. Aún más importante es tal vez constatar que estas mejoras no han ido acompañadas con proporcionalmente más años en mala salud o con limitaciones físicas. De hecho, la mayoría de los gastos de atención médica aguda se producen en los últimos meses de vida, con poco impacto de la edad en la que se producen, mientras que la discapacidad severa está siendo aplazado a edades más avanzadas. Para capturar el significado cambiante de la edad es considerar que la edad de una población consta de dos componentes: los años vividos de sus miembros (sus edades) y el número de años que quedan hasta la muerte (es decir, la EVR). En un período donde la duración de vida se alarga, no sólo la edad media de la población aumenta, también lo hace la EVR asociada a cada edad.
En lugar de hacer depender el umbral de edad de los “ancianos” en un límite de edad fijo, 65 años, podemos hacerlo depender de una esperanza de vida restante fija
En el contexto de ancianos convertirse en “joven” la idea de “años restantes” en vez de “años vividos” puede ser aplicado para estimar la proporción de la población que consideramos ancianos. En concreto, en lugar de hacer depender el umbral de edad de los “ancianos” en un límite de edad fijo, 65 años, podemos hacerlo depender de una esperanza de vida restante fija. Habitualmente se utiliza 15 años en países con bajos niveles de mortalidad, que hoy en día corresponde a unos 70 años para hombres, pero igualó aproximadamente 65 a finales de 1980. Una alternativa a la proporción de la población mayor de 65 años entonces se convertiría en la proporción de la población en grupos de edad que tienen una EVR de menos de o igual a este umbral. Del mismo modo, como una alternativa a la TDE, la población con una EVR15 o menos, puede ser dividido por la población con más de 15 años de EVR y más de 20 años de edad (en lugar de 16 ya que muchos adolescentes siguen estudiando). Esto ha sido llamado la tasa prospectiva de dependencia en la vejez (TDPV):
Contar la población ‘activa’
Sin embargo, ambos la TDPV y la TDE asuman que todo el mundo de la edad laboral también trabaja, aunque la economía de conocimiento mantiene los jóvenes en educación para más tiempo mientras que muchos trabajadores de 60-64 años eligen o están obligados a jubilarse anticipadamente (en 2019 sólo 41% trabajaban). Al mismo tiempo, más igualdad de género y familias con dos carreras han añadido millones de mujeres en el mercado de trabajo durante los últimos 50 años.
Hay más personas dependientes en la edad de trabajar que en el caso de personas mayores que no trabajan
Utilizando la edad para definir la populación activa entonces tampoco tiene mucho sentido. De hecho, si contásemos los no empleados, por cualquier razón, como dependiente nos encontramos con la situación que hay más personas dependientes en la edad de trabajar que en el caso de personas mayores que no trabajan. Por lo tanto, una alternativa sugerida es aplicar el mismo numerador como antes, pero dividirlo por la población en el empleo remunerado, independientemente de la edad (la Tasa Real de Dependencia en la Vejez⸺TRealDV; Spijker y MacInnes, 2013).
Una ilustración
Para el denominador también existen otras variantes que tienen en cuenta la productividad económica o los ingresos fiscales que refleja la capacidad potencial del conjunto de la economía en poder cubrir la salud y bienestar por cada adulto mayor dependiente (Spijker 2015), pero a fin del argumento, sólo se muestran una comparación entre las TDE, TDPV y TRealDV. El nivel y la tendencia de estos nuevos indicadores son muy diferentes que la TDE. En el caso de la TPDV, la tasa de dependencia es casi igual en la actualidad (17,3/100 en 2019) que en 1950 (17,9/100) y en 1970 (16,4/100). En comparación, la TDE era 30,2/100 en 2019, casi el doble que en 1970 (15,7/100) y casi 3 veces más que en 1950 (11,1/100). Si además de controlar por las mejoras en la EVR (es decir, considerando como umbral de vejez la edad donde la EVR es igual a 15 años) también incluimos los cambios en la participación laboral (ya que son los trabajadores los que finalmente pagan el sistema de salud y las pensiones) vemos que hasta recientemente la dependencia real (TRealDV) estaba por encima de la TDV, pero debido al aumento en la EVR entre las personas mayores y la entrada masiva de mujeres en el mercado laboral, la ratio bajó desde los años 80 hasta el comienzo de la anterior crisis económica (2008-14). Ahora, si la tasa de empleo subiese del 64% en 2019 hasta un 67% en 2030 (que era el nivel del 2007, el año en que la tasa de empleo era la más alta en medio siglo), la TRealDV no cambiaría en absoluto hasta 2030.
Figura. La Tasa de Dependencia Envejecida (TDE), la Tasa Prospectiva de la Dependencia en la Vejez (TPDV), la Tasa Real de Dependencia en la Vejez (TRealDV) y la TRealDV ajustada por un aumento en la edad de jubilación, España 1950-2050
Fuente: La EVR y los efectivos de la población por edad simple y sexo están disponibles desde 1950 hasta 2018 en la Human Mortality Database (www.mortality.org) y para las proyecciones hasta 2050 en la página web del Instituto Nacional de Estadística (INE) (www.ine.es). Los datos de empleo requeridos para el denominador de la TRealDV provienen de la Encuesta de la Población Activa (EPA) (www.ine.es). Elaboración propia.
Discusión
Históricamente, la vejez estaba más relacionada con parecer viejo físicamente y no poder cuidar a sí mismo, pero durante la segunda mitad del siglo pasado a menudo la edad 65 fue utilizado para separar las personas mayores de los demás adultos, tal vez facilitados por la coincidencia con la edad de jubilación. No obstante, es una edad arbitraria con poca relevancia o validez económica, política o a nivel individual. El quid de la cuestión es si podemos comparar personas de la misma edad en el tiempo si ahora viven, 2, 5 o 10 años más, o si podemos usar un denominador que no refleja la población empleada en el mercado laboral.
La TDE define todas las personas sobre la edad legal de jubilación como ‘dependiente’, independientemente de sus circunstancias económicas, sociales o médicas. Sin embargo, como la expectativa de vida restante (EVR) se eleva, las personas mayores así se convierten en siendo más joven y más saludable que sus pares en cohortes anteriores. Cuando la duración de vida se extiende, cualquier edad se convierte en un marcador adonde se llega antes a lo largo de un curso de la vida y, como consecuencia, hace que la edad cronológica es una deficiente medida de su progreso. No obstante, y tal como he argumentado anteriormente en un trabajo donde recopilé 20 indicadores que estaban de alguna manera relacionados con el envejecimiento de la población (Spijker 2015), el indicador para utilizar debería depender de los aspectos del envejecimiento que se estudia. Definir el umbral de vejez utilizando la edad de 65 años puede ser útil para estimar el “cargo” de pensiones (aunque más exacto sería usar la edad promedio de salida del mercado laboral puesto que bajó de los 68 años en 1960 a 60 en 2001, aunque ha aumentado 2 años desde entonces) pero no para estimar el “cargo” para la salud pública si la esperanza de vida (y también en salud) de las personas mayores ha subido sustancialmente durante los últimos 5 décadas.
Resumiendo, en un contexto de mejores niveles de supervivencia entre las personas mayores y un mercado laboral infrautilizado, los economistas y los responsables de las políticas públicas deben tener cuidado basar sus argumentos y toma de decisiones en indicadores de dependencia de población en la vejez que utilizan la edad de 65 años como “umbral de vejez” y la edad 15-64 como la “población productiva”. En su lugar, se aconsejaría basar el “umbral de vejez” en la esperanza de vida restante (EVR), ya que da una visión más exacta del grado de envejecimiento al tener en cuenta las mejoras en la esperanza de vida en edades avanzadas. En cambio, la tasa tradicional (TDE) prevé un nivel de envejecimiento sobreestimado, pero que los economistas y políticos neoliberales han utilizado para sus discursos alarmistas, viéndolo como una amenaza para el crecimiento económico y los presupuestos gubernamentales. De hecho, una población que envejece incluso tiene el potencial para el crecimiento económico con las políticas adecuadas en el lugar.
Para concluir, es importante que los políticos se dan cuenta que la misma edad no es siempre comparable en el tiempo. Los recién jubilados saben que pasarán más años inactivos que las generaciones anteriores (Post y Hanewald 2012), que es, a su tiempo, un incentivo para que la gente acumule activos para su retiro y siguen trabajando más allá de los 65 años. En este sentido, la medición de la TPDV representa una “cota superior” de optimismo sobre la potencial liberación de capital humano mediante la optimización de las experiencias de la población de más de 65 años que todavía tengan una EVR mayor de 15 años. Se podría decir que este colectivo de la nuestra sociedad es frecuentemente, pero erróneamente, descrito como “viejo” o “dependiente” dado su buen estado de salud, su participación no-económica en la sociedad e independencia económica (Spijker y Schneider 2020).
Observar la vejez desde sus dos dimensiones, edad cronológica y esperanza de vida restante, en lugar de una sola, nos ofrece una imagen más equilibrada del envejecimiento
Aunque la modificación de la estructura de la población por el aumento en la EVR es una dimensión que no ha tenido suficiente atención debido a que técnicamente es más complejo de medir (Spijker y MacInnes 2013), incorporando esta nueva dimensión para el análisis del envejecimiento ayudaría complementar la imagen tradicional de edad cronológica sobre la cual se analiza esta dinámica. Observar la vejez desde sus dos dimensiones en lugar de una sola nos ofrece una imagen más equilibrada del envejecimiento.
Referencias
Post, T. & Hanewald, K. 2012. Longevity risk, subjective survival expectations, and individual saving behavior. Journal of Economic Behavior & Organization, 86(200-220.
Sanderson, W. C. & Scherbov, S. 2010. Remeasuring Aging. Science, 329(5997), 1287-1288.
Spijker, J. 2015. Alternative indicators of population ageing: An inventory. Vienna Institute of Demography Working Papers 4/2015. Vienna Institute of Demography. Available: www.oeaw.ac.at/fileadmin/subsites/Institute/VID/PDF/Publications/Working....
Spijker, J. & MacInnes, J. 2013. Population ageing: the timebomb that isn’t? British Medical Journal, 347(f6598).
Spijker, J. & Schneider, A. 2020. The myth of old age: Addressing the issue of dependency and contribution in old age using empirical examples from the UK. Sociological Research Online, Online first. Available: https://doi.org/10.1177/1360780420937737.
Jeroen Spijker no es solo uno de los auténticos expertos actuales en esta cuestión, sino que somos amigos y trabajamos muchos años juntos. Por eso voy a interpretar su pregunta como una invitación a expresar mis críticas, que él conoce bien, no solo al propio concepto de “envejecimiento de la población”, sino también el debate sobre cómo medirlo.
“Envejecimiento demográfico” es una metáfora, propia del organicismo imperante en los orígenes de la disciplina demográfica. Y como he explicado reiteradamente (https://apuntesdedemografia.com/envejecimiento-demografico/que-es/447-2/), es una metáfora falaz y malintencionada, acuñada por el natalismo feroz de las primeras décadas del siglo XX. Denota falta de comprensión sobre las causas y los mecanismos de la revolución reproductiva que nos ha traído al actual sistema demográfico, pero también un empeño notable por teñirla de negatividad y luchar contra ella. Hoy sabemos que es mucho más eficiente una baja fecundidad, pero dotando de vidas largas a todas las personas que nacen. De hecho, esta es la estrategia que, en poco más de un siglo, ha multiplicado la población humana hasta cifras sin precedentes.
Insisto; las poblaciones no son organismos que nacen, se desarrollan hasta la madurez, y luego envejecen y mueren; las poblaciones no tienen edad, no envejecen, como pretenden los catastrofistas empeñados en tratar el descenso de la fecundidad como síntoma de decadencia y de extinción.
El proceso al que llamamos “envejecimiento demográfico” es en realidad el cambio en la composición por edades, eso que gráficamente dibujan las pirámides de población. No es cierto que únicamente resulte de una menor fecundidad y una mayor duración de la vida. También las migraciones lo producen, cuando emigran muchos más jóvenes o cuando emigran muchos mayores (de hecho, el envejecimiento rural, se explica así, no por los cambios reproductivos). Sólo si nos centramos en el envejecimiento planetario, sistémico, el de la humanidad entera, resulta, en efecto, de la nueva dinámica reproductiva, basada en vidas más largas y menos hijos por mujer.
En cualquier caso, es un proceso que los demógrafos sabemos medir sin ambigüedades ni equívocos, de forma muy sencilla y comprensible, con un indicador al que no afecta el momento histórico o la población en particular a la que se aplica. La pregunta de Jeroen (¿Cómo deberíamos medir el envejecimiento de la población: ¿Utilizar la tasa de dependencia de población envejecida o hay una alternativa?) parte de un problema falso y un cúmulo de equívocos y trampas tendidas por el lenguaje corriente. El nivel de envejecimiento demográfico se mide calculando algo tan sencillo como el promedio de edad de todos los componentes de la población que nos interesa. Tanto es así, que podría definirse de esta manera: el envejecimiento demográfico es el incremento de la edad media de una población.
Todas las dudas empiezan cuando se utiliza la proporción de personas mayores respecto al conjunto de la población, un indicador más simple y fácil de calcular, pero que nos devuelve a los equívocos. Si se identifica envejecimiento demográfico con el aumento de la proporción de mayores se crea un problema metodológico y analítico ajeno a la demografía, y por esa fisura se cuela una cuestión antropológica, sociológica, incluso filosófica, de una importancia difícil de exagerar, pero muy diferente, que es la edad a la que establecemos el corte entre mayores y no mayores. En otras palabras ¿cuándo empieza la vejez?
Ésta es la verdadera cuestión tras la pregunta de Jeroen, porque todos somos capaces de ver que no se llega a la vejez a la misma edad en las condiciones actuales que hace sólo algunas décadas. Si mantenemos un límite como los 60 o los 65 años, el paso del tiempo lo vuelve obsoleto y nos pide que revisemos los criterios con los que se estableció en su momento.
Si optamos por construir un indicador que establezca un límite móvil para definir lo que en cada momento consideramos vejez, cada cual puede proponer el suyo (sociólogos, biólogos, antropólogos, médicos…)
Ahí caben líneas de investigación de gran importancia, sobre la significación social y simbólica de cada edad, sobre el cambio histórico de la salud y la discapacidad, sobre el inicio y el fin de la vida laboral, sobre las diferencias generacionales en las condiciones de vida durante el ciclo vital, incluso sobre los valores con que cada colectivo humano atiende y trata a quienes se encuentran en etapas distintas de la vida. Y en todas ellas la colaboración de la demografía puede resultar útil. Pero la interdisciplinariedad no puede llevar al abandono de los conceptos, los métodos y las especificidades de cada disciplina, y la demografía haría mal en olvidar que su campo específico de investigación es mucho más claro y sistemático que el de la mayoría de las demás ciencias sociales y que, sobre todo, dicho campo específico no está en ninguna de esas líneas. Con un añadido de cierta importancia: si optamos por construir un indicador que establezca un límite móvil para definir lo que en cada momento consideramos vejez, cada cual puede proponer el suyo (sociólogos, biólogos, antropólogos, médicos…) aumentando la dificultad actual y, además, se hace igualmente más difícil comparar momentos históricos y lugares diferentes, pues en cada uno estaríamos obligados previamente a determinar un límite propio.
Siento decepcionar a quien esperase otro enfoque, pero soy demógrafo y entiendo que se me ha hecho la pregunta en calidad de demógrafo. Como tal debo decir de forma rotunda que la duda sobre la mejor manera de medir el grado de envejecimiento demográfico es falsa, mientras que la otra duda, la real, sobre la mejor manera de fijar la barrera entre la vida adulta y la vejez no me parece demasiado relevante, dicho sea de paso, para la demografía. Probablemente una de las consecuencias del cambio demográfico ha sido hacer saltar esa barrera por los aires.
Ignoro se existe la posibilidad, pero si es así, me gustaría que constase que el autor mantiene un sitio web propio sobre demografía en el que el envejecimiento demográfico ocupa un lugar central: https://apuntesdedemografia.com
De la misma manera, si cabe remitir a alguna publicación propia sobre el tema de la pregunta,
Abellán García, A.; Pérez Díaz, J. (2020) Cuatro décadas de envejecimiento demográfico, en J.J. González -Ed-, Cambio social en la España del siglo XXI. Alianza Editorial.
Pérez Díaz, J. (2018). Miedos y falacias en torno al envejecimiento demográfico, en A. Domingo -Ed- Demografia y Posverdad. Estereotipos, distorsiones y falsedades sobre la evolución de la población. Barcelona: Icaria.
Los avances en la longevidad y en la salud de los individuos, que constituyen uno de los principales logros de las sociedades contemporáneas, obligan a replantear los indicadores utilizados para cuantificar el denominado envejecimiento demográfico, superando la clásica segmentación basada en criterios de edad fija. Es obvio que la edad 65 no significa lo mismo cuando las expectativas de vida restantes a dicha edad son 15 años, como en la década de los sesenta del siglo pasado, que cuando se sitúan en los 21 años, como en la actualidad, o cuando se alcancen los 24 años, como se prevé para mediados de este siglo. Por tanto, es necesario integrar en la medida del envejecimiento criterios que modifiquen la edad a partir de la cual se considera a la población mayor en función de las expectativas de vida restantes en cada momento. Esos indicadores pueden refinarse más introduciendo el estado de salud, ya que a medida que se desplaza la edad van adquiriendo más relevancia las situaciones de dependencia y/o limitaciones para las actividades de la vida diaria. Entonces el criterio para establecer la edad que define la población mayor seria la expectativa de vida restante en buena salud o sin dependencia. El uso de esos indicadores modula el ritmo de crecimiento de los efectivos de personas mayores en las décadas venideras y permite una comprensión más amplia del fenómeno del envejecimiento de la población, superando las visiones más catastrofistas sobre el devenir demográfico.
En el debate sobre la sostenibilidad del Estado del Bienestar a menudo se usa, y abusa, de indicadores basados en la mera relación numérica entre edades, como las relaciones o tasas de dependencia demográfica. Esas relaciones, además de basarse en criterios fijos de edad, no consideran los niveles y las variaciones en la actividad de la población, en los ingresos del estado o en las transferencias recibidas en las distintas etapas del ciclo de vida. La construcción de indicadores de dependencia que integren también variables relacionadas con el empleo o la productividad permite desplazar el foco de atención y de debate de la esfera demográfica a la económica, sobre todo en países con una relativa baja participación laboral en las edades jóvenes y maduras y/o en las mujeres. Entonces, como mínimo a corto y medio plazo, la clave sería la capacidad de la economía de generar puestos de trabajo y aumentar la productividad, y del Estado de redistribuir la riqueza.
En el debate sobre la sostenibilidad del Estado del Bienestar a menudo se usa, y abusa, de indicadores basados en la mera relación numérica entre edades
Finalmente, no sólo la medida sino el propio concepto de vejez debe ser reformulado. Las características de los mayores del mañana no serán las mismas que las del presente, más aún en países como España que se caracterizan, especialmente en las mujeres, por fuertes diferencias en el ciclo de vida entre las generaciones nacidas en la primera y en la segunda mitad del siglo XX en múltiples ámbitos como la educación, las formas de convivencia, la participación laboral y social, entre otras. En ese sentido, el debate sobre aquello que se denomina “el envejecimiento demográfico” trasciende lo meramente numérico.
Quisiéramos dar las gracias al autor y añadir algún comentario extra sobre el manejo de esta ratio de dependencia y que afecta al sistema de pensiones y de manera indirecta al Sistema de Dependencia:
Primero, pensamos que usar la ratio de dependencia en el sistema de pensiones contribuye a que se esté empleando esta cifra abstracta y no una real para incluir elementos en el diseño del sistema que están dañando el poder adquisitivo de los mayores; y segundo, que el uso de esta ratio no debería ser un desincentivo para los pensionistas de trabajar mientras son pensionistas. Esto es, que no se les debería reducir la pensión si tienen otro trabajo o ingresos.
Usar la ratio de dependencia en el sistema de pensiones no debería ser un desincentivo para los pensionistas de trabajar mientras son pensionistas
En España esto sucede, mientras que en Suecia no pues tienen impuestos MÁS BAJOS para los pensionistas que trabajan y tarifas patronales más bajas para estos casos ... Lo importante es facilitar a los pensionistas que puedan seguir trabajando sin que eso pueda reducir sus pensiones.
De este modo, pensamos que los mayores se sentirán socialmente productivos y útiles pues una importante parte de su trabajo e impuestos contribuirían a generar ingresos públicos y riqueza a nivel nacional. El profesor Spijker sugiere aumentar la edad oficial de jubilación: esto se hizo recientemente en Suecia. Actualmente es a los 66 años, luego a los 67 y luego a los 68, debido a una mayor supervivencia después de la jubilación. Pero, además, las personas pueden (y también podían antes) obtener su pensión hasta cuatro años antes de la edad establecida (66) y hasta algunos años después, bien reduciendo o aumentando la pensión, según el caso. En Suecia, las personas mayores trabajan cada vez más: en 2001, el 9% de los 65-74 tenían un empleo remunerado, en 2010 el 13%, y en 2019 el 18%. Las tasas fueron más altas entre los hombres que entre las mujeres: 13% y 6%, 18% y 8%, y 21 y 15% respectivamente. Un tercio de ellos trabajaba a tiempo completo (Arbetskraftsundersökningarna 2019) / Encuestas de población activa de Estadísticas de Suecia/
Paralelamente, nos gustaría señalar una confusión parecida a la de la tasa de dependencia y que ocurre en el análisis del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia y en los Cuidados de Larga Duración cuando se emplea la ratio de “acceso a los cuidadores”. En esta ratio se compara a los mayores de 65 años con personas de 45 a 64 años ("grupo potencial de cuidadores de mediana edad", generalmente mujeres ...). Siendo este último un grupo que empeora cada vez más. Por tanto, estamos ante un problema similar al que sufre la ratio de dependencia, pues esta ratio sobre cuidadores también se ve muy afectada por los cambios demográficos y cambios en los grupos de personas que efectivamente pueden cuidar.
De nuevo, en esta situación lo que importa no son estos cálculos aritméticos y cifras abstractas, sino la situación real de las personas mayores. Como dice J. Spijker importa conocer el número de mayores con necesidad real, y luego el número de cuidadores que potencialmente les podrá cuidar finalmente, y éstos no son todas las personas en edad de cuidar.
Al menos en Suecia y probablemente también en España, las personas mayores ahora tienen MÁS cuidadores disponibles (pareja e hijos) que antes. De hecho, gran parte del cuidado familiar (siempre más grande que el de los servicios públicos) es proporcionado por parejas, hombres y mujeres, tanto en España como en Suecia. (Abellán, A; Pérez, J; Pujol, R; Jegermalm, M; Malmberg, B. & Sundström, G. 2017. Partner care, gender equality, and ageing in Spain and Sweden. International Journal of Ageing and Later Life, 11, 1, 69-89.).
En el pasado, en Suecia las personas mayores tenían EN PROMEDIO más hijos de mediana edad (porque esa generación tenía más hijos), PERO también más personas mayores no tenían ninguno: 23% sin hijos entre los 67+ en 1954; en 2019 son un 10%, y además muchos más viven con un compañero. Si los vecinos tienen muchos hijos, tal vez eso no sea de ayuda para la persona que no tiene ninguno ... Estos datos pueden mostrar las diferencias entre el uso de los números reales y los procedentes de los cálculos aritméticos de la ratio.
Según los cálculos aritméticos actuales de la ratio acceso cuidadores se deduce que solo unos pocos mayores tendrán cuidadores potenciales, mientras que la realidad muestra que más personas mayores tienen hijos y pareja = cuidadores potenciales. Y por esto es por lo que creemos esta ratio también debe modificarse y no es útil porque no muestra la situación real de las familias.