Envejecimiento · 20 Marzo 2019

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Aunque la definición de longevidad es de alguna forma arbitraria, el envejecimiento exitoso podría definirse en función de dos parámetros: (1) que la edad biológica, sea cual fuere su determinación, sea inferior a la edad cronológica; y (2) que la capacidad para realizar de forma autónoma las actividades cotidianas se encuentre relativamente preservada.

La evidencia científica acumulada sugiere que en la longevidad se encuentran implicados diferentes mecanismos de origen genético, ambiental, cultural y/o geográfico. Esto significa que existen factores heterogéneos en constante interacción entre sí capaces de condicionar el ritmo de envejecimiento. El conocimiento de estos factores, así como de sus múltiples interacciones, propiciará la implementación de intervenciones de distinta naturaleza con el propósito de prevenir la aparición de enfermedades asociadas a la edad y de mejorar la calidad de vida de las personas mayores.

Cambio demográfico

Los progresos durante el siglo XX en las esferas social y medioambiental, así como en la asistencia sanitaria y en la calidad de vida han conducido a una mejora general del estado de salud de la población y, por consiguiente, a una reducción de la mortalidad. Como consecuencia, la esperanza de vida en Europa se ha incrementado notablemente a lo largo del último siglo y se espera que continúe haciéndolo en las próximas décadas (Teixeira, Araújo, Jopp, & Ribeiro, 2017). De acuerdo con EUROSTAT, España (18,7% de la población mayor de 65 años; 28,2% en el ámbito rural) y Portugal (20,7%) se encuentran entre los países más envejecidos de Europa (Figura 1). Además, las proyecciones de este organismo para los países miembros de la Unión Europea vaticinan que la población mayor de 80 años pasará de representar el 1,2% en 1950 al 11,8% en 2050. Estas proyecciones demográficas también se encuentran en consonancia por las previstas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que espera un progresivo crecimiento del segmento de población española mayor de 65 años, pasando de representar el 16,9% del total de la población en 2010 al 36,8% en 2050. Así, en ese año una de cada tres personas mayores de 65 años tendrá más de 80 y que el porcentaje de personas con edades comprendidas entre 90-94, 95-99, y 100 o más años, se incrementará en un 284%, 441% y 922% respectivamente. La combinación de este hecho junto con una de las tasas de natalidad más bajas convertirá a la población española en la de mayor edad en Europa y una de las más envejecidas del mundo. Estas tendencias aparecen también en la población portuguesa, en la que el número de personas mayores de 80 años se ha duplicado en los últimos 20 años.

Figura 1: porcentaje de población mayor en Europa (tomado de “Eurostat regional yearbook 2014”).

Este elevado nivel de envejecimiento de la población se muestra especialmente acusado en zonas rurales y, en concreto, en el espacio transfronterizo entre España y Portugal. Según EUROSTAT, Ourense, Zamora y Lugo, en España, y Pinhal Interior Sul, en Portugal, constituyen cuatro de las 10 regiones comunitarias más envejecidas de Europa (Figura 2). Por este motivo, las políticas de atención a la población anciana no pueden ser homogéneas en términos presupuestarios y, por tanto, debe reconocerse la singularidad regional en las políticas de reparto de los fondos presupuestarios de compensación interterritorial.

Figura 2: estructura poblacional por grupos de edad (tomado de “Eurostat regional yearbook 2014”).

Si bien este fuerte cambio demográfico plantea grandes retos a la sociedad en términos económicos, sanitarios y éticos, no es menos cierto que esta situación sin precedentes se presenta como una oportunidad crucial para entender los determinantes del envejecimiento saludable y de la longevidad. Los nonagenarios y centenarios, denominados comúnmente en la literatura científica como “oldest old”, ya no pueden ser vistos como una anomalía estadística, sino como un segmento creciente de población que puede ayudar a identificar factores clave relacionados con el envejecimiento exitoso.

Metodología de estudio en investigación sobre longevidad

Los sujetos longevos han sido habitualmente estudiados mediante dos enfoques diferentes y complementarios. En primer lugar, a través del seguimiento de cohortes de sujetos, como el caso del Georgia Centenarian Study (Poon et al., 2007), del New England Centenarian Study (Perls, Bochen, Freeman, Alpert, & Silver, 1999) o del Sydney Centenarian Study (Sachdev et al., 2013), entre otro. Todos estos estudios tienen zonas de captación muy amplias que les permiten reclutar a un gran número de sujetos, pero a costa de tener una población heterogénea que no comparte rasgos genéticos, características socioculturales ni estilos de vida. Por otro lado, existe otro tipo de estudios que se limitan a investigar a los sujetos longevos residentes en pequeñas regiones donde las poblaciones presentan características específicas; estas regiones, denominadas “Zonas Azules”, son áreas limitadas con una alta prevalencia de personas centenarias, con características, estilos de vida y variables ambientales mucho más homogéneos. Una muestra de este tipo de Zonas Azules puede encontrarse en Okinawa (Japón) (Willcox, Willcox, & Suzuki, 2017; Willcox, Willcox, Hsueh, & Suzuki, 2006), en la península de Nicoya (Costa Rica) (Rosero-Bixby, Dow, & Rehkopf, 2013), en la isla de Ikaria (Grecia) (Stefanadis, 2011) o en Trieste (Italia) (Tettamanti & Marcon, 2018). El análisis de sus hábitos sociales, el entorno en el que habitan o la dieta que siguen puede aportar información clave entender el proceso de envejecimiento.

Factores asociados con la longevidad

Independientemente de la metodología empleada para analizar el fenómeno de la longevidad, el estudio de individuos muy ancianos que han envejecido de manera saludable es muy prometedor; esta línea de investigación podría ayudar a descifrar la combinación de factores de su estilo de vida, por tanto modificables, que permitan prevenir enfermedades asociadas a la edad, especialmente la demencia. Variables como la alimentación, la actividad física, el nivel económico, la educación, las relaciones sociales, el estrés o el contexto sociocultural, han sido repetidamente investigadas y son piezas de un rompecabezas para aumentar la esperanza y la calidad de vida.

Los factores del estilo de vida pueden ser clasificados en dos grupos según su susceptibilidad a ser fácilmente modificables o no. Esta clasificación será determinante para establecer estrategias individuales personalizadas de longevidad (Rodríguez- Pardo del Castillo & López-Farré, 2017):

- Factores de tipo sociodemográfico, no modificables con facilidad: nivel de ingresos; lugar de residencia; posibilidad de acceso a recursos sociosanitarios; contaminación medioambiental; estado civil; ocupación laboral.

- Factores específicos del estilo de vida, potencialmente modificables: dieta; sobrepeso; nivel de actividad física; nivel de actividad intelectual; horas y calidad del sueño; participación en redes familiares y sociales; estrategias de afrontamiento del estrés.

La evidencia acumulada ha permitido entender algunas de las variables asociadas con el envejecimiento saludable. Entre otros, se pueden señalar los siguientes hallazgos relacionados con la longevidad:

-  Cuidar el peso y hacer ejercicio de forma periódica proporciona protección contra la mortalidad; especialmente, el menor riesgo de mortalidad se establece cuando el Índice de Masa Corporal se sitúa entre 20 y 25 kg/m2 (Berrington de Gonzalez et al., 2010).

-  La restricción calórica a corto plazo mejora los marcadores del envejecimiento retardado, como los niveles séricos de glucosa e insulina (Ingram et al., 2004). Con respecto a la dieta, especialmente el consumo habitual de frutas, verduras, hortalizas, frutos secos y legumbres se asocia con una mayor probabilidad de alcanzar una longevidad extrema.

-  Existe una mayor capacidad de resiliencia o mayor eficacia en el manejo del estrés cotidiano (Hadley et al., 2017).

-  La actividad social y los grupos de apoyo se asocian positivamente con la longevidad. En concreto, se ha puesto de manifiesto que la falta de relaciones sociales fuertes tiene un riesgo de mortalidad equivalente al tabaquismo (Holt- Lunstad, Smith, & Layton, 2010). Por el contrario, tener un propósito en la vida se asocia con un menor riesgo de deterioro cognitivo leve y demencia (Boyle, Buchman, Barnes, & Bennett, 2010).

-  El retraso de la maternidad hasta después de los 35, e incluso de los 40 años, incrementa hasta 4 veces la probabilidad de vivir hasta los 100 años (Perls, Alpert, & Fretts, 1997). Esta relación se atribuye a que probablemente se trata de un indicador de que el sistema reproductivo de la mujer envejece de forma lenta, lo que puede ser extrapolable al resto de su organismo.

-  Al menos el 50% de las personas centenarias tienen parientes en primer grado que también han alcanzado una edad muy avanzada, e incluso muchos tienen hermanos excepcionalmente mayores. Se ha demostrado que los hermanos varones de los centenarios tienen una probabilidad 17 veces mayor de alcanzar la edad de 100 años (Perls et al., 2002).

-  El alelo ε2 del gen APOE se ha asociado con una mayor probabilidad de vivir durante más años (Pignolo, 2019).

Longevidad y demencia

Distinguir entre el envejecimiento normal y el envejecimiento patológico en personas de edad avanzada resulta particularmente difícil. La falta de herramientas de evaluación cognitiva adaptadas y validadas para este grupo de población, junto con el vacío de definiciones operativas de deterioro cognitivo, dificultan el diagnóstico en personas mayores de 90 años (Giulioli & Amieva, 2016).

En comparación con personas mayores más jóvenes, los individuos por encima de 90 años presentan una mayor variabilidad en el plano funcional que incrementa la dificultad para su estudio clínico, social y cognitivo. Además, como efecto colateral a su excepcional longevidad, existe un elevado porcentaje de personas mayores de 90 años con discapacidades sensoriales (visual o auditiva) y/o psicomotoras, lo que supone un impedimento para llevar a cabo cualquier examen neurocognitivo que se proponga (Gussekloo, de Craen, Oduber, van Boxtel, & Westendorp, 2005). De hecho, existe una evidente falta de consenso acerca de los criterios para el diagnóstico de demencia a partir de los 90 años (Slavin, Brodaty, & Sachdev, 2013).

Si bien existe un cierto grado de acuerdo entre las cifras de prevalencia de demencia en personas de entre 65 y 85 años, a partir de los 90 aparecen notables discrepancias entre los datos existentes. En este sentido, algunos estudios han sugerido un descenso de la prevalencia de demencia en las personas muy ancianas con respecto a edades más tempranas (Fichter, Meller, Schröppel, & Steinkirchner, 1995), obteniéndose tasas de demencia en mayores de 90 años de 22,1% para varones y de 30,8% para mujeres (Lobo et al., 2000), que se estancan en torno al 40% a los 95 años (Ritchie & Kildea, 1995), o incluso muestran una desaceleración prevalencia- incidencia/edad (Gao, Hendrie, Hall, & Hui, 1998). Pero por otro lado, estudios más recientes indican que tanto la incidencia como la prevalencia de demencia continúan aumentando en este grupo de edad (Carrillo-Alcalá & Bermejo-Pareja, 2008; Corrada, Brookmeyer, Berlau, Paganini-Hill, & Kawas, 2008), y que incluso podría hacerlo con la misma tasa de duplicación que en los grupos de edad menos ancianos (Corrada, Brookmeyer, Paganini-Hill, Berlau, & Kawas, 2010). Concretamente, en personas centenarias, las tasas de prevalencia de demencia son aún más contradictorias, con porcentajes que oscilan entre el 25 y el 100% dependiendo de los estudios (Blansjaar, Thomassen, & Van Schaick, 2000). Todas estas discrepancias podrían explicarse, al menos en parte, debido a la falta de investigaciones sistemáticas en los oldest-old y a la extrema complejidad para definir de forma precisa los criterios diagnósticos.

Referencias

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