La historia que hoy comparto viene cargada de esperanza para los mayores que se aburren, pero también ofrece un baño de realidad y crítica frente a las instituciones sociales responsables de prevenir el aburrimiento en la tercera edad y de garantizar el envejecimiento digno. En esta ocasión damos voz a Andrés, un jubilado de 69 años que reside en el sur de España.
La carrera profesional de nuestro entrevistado le ha llevado por medio país, desde Murcia hasta Madrid, pasando por Canarias y Toledo. Andrés fue funcionario del Ministerio de Defensa y se encargaba de formar y profesionalizar a quienes entraban al servicio militar. Se retiró a los 63 años de manera forzada por causa de enfermedad, aunque llevaba en la reserva desde los 56. Exceptuando los periodos de servicio en el cuartel y los tiempos de maniobra, que podían conllevar una dedicación al trabajo de 24 horas durante los siete días de la semana, su jornada laboral solía dejarle un par de horas diarias para disfrutar de sus aficiones: la jardinería, el senderismo, la lectura y el cuidado de los hijos y el hogar. ¡Andrés no ha sentido nunca aburrimiento! “¡No había tiempo!”
La disciplina militar con la que estaba tan familiarizado predispuso a Andrés, desde antes de la jubilación, a planificar las actividades en las que iba a emplear su tiempo cuando ya no tuviese que acudir a su puesto de trabajo. “No pensaba que me fuera a aburrir, porque ya tenía más o menos programado lo que iba a hacer después de la jubilación”. Y así fue.
Su enfermedad no le limita; apenas le roba un ratito al día. Procura que las preocupaciones familiares no le desanimen a la hora de llevar a cabo sus propósitos. Así, aprovechando al máximo la ganancia de tiempo libre resultante de la jubilación, su rutina diaria actual consiste en caminar por las mañanas, a primera hora, para “disfrutar de la naturaleza y del canto de los pájaros”. A su regreso, tras una ducha, se encarga de ayudar a su esposa en las tareas domésticas. Después, Andrés se relaja charlando con otros mayores y jugando al dominó en el club de la tercera edad de su pueblo. Antes de que pueda darse cuenta, ya es la hora de comer. Ver las noticias junto a su mujer después de la comida es una cita forzada: ¡estar actualizado es importante! A esto le sigue una película, si hay alguna interesante. Si la oferta televisiva no le motiva lo suficiente, entonces escoge algo para leer de entre sus muchas lecturas pendientes: “me iré de este mundo y no habré leído todo lo que tengo”. Cinco tardes a la semana acude a la iglesia a echar una mano a su párroco, con quien mantiene una buena amistad, y aprovecha para escuchar la misa. A veces, antes de la cena, todavía le ha quedado algo de tiempo para reproducir un poco de música. A esas alturas “el día ya está echado y toca descansar”. Incansable, Andrés todavía encuentra tiempo para dedicar a sus hijos y nietos. ¿Cómo va a conocer lo que es el aburrimiento?
Si bien es cierto que a Andrés la experiencia del aburrimiento le es completamente ajena, reconoce que no todos los mayores con los que trata corren la misma suerte. Andrés es una fuente inagotable de creatividad; un alma curiosa. Pero quienes no cuentan con ese espíritu de superación y esa vitalidad suelen ser presas fáciles del aburrimiento que genera “la limitada oferta de entretenimiento facilitada por las instituciones”.
Uno de los principales problemas que observa es que la propia oferta no está bien publicitada y organizada; esto es, no llega a todos y no lo hace por igual. Mientras que, afirma, “para las señoras hay muchos cursos de formación y actividades, promovidas por los centros de la mujer, los hombres dependen casi íntegramente de lo que tienen a su alcance en el club de la tercera edad: la petanca, el cinquillo…”. Si existe algo más, él no lo conoce. ¡Y no por desinterés! Andrés estaría dispuesto a embarcarse en nuevas actividades si tuviese conocimiento de las mismas y le resultasen atractivas. Pero no es el caso. “Quizá en las ciudades grandes se llegue a los mayores de manera más efectiva, pero en los pueblos solo te enteras de las cosas si miras el tablón de anuncios del club”.
Siendo así, nos cuenta, no es extraño encontrar compañeros que se mueren de aburrimiento. “Echan mucho en falta el trabajo y no saben cómo cubrir las horas libres”. No son pocos los que “se aburren como una ostra”: “pasan el día entero en el club de la tercera edad y deben estar inmensamente aburridos; acaban yéndose porque el centro cierra y luego no saben qué hacer en sus casas”.
Andrés no sabe lo que le deparará el futuro. Sin embargo, tiene claro que en el caso de que su situación cambie y se vea imposibilitado para dar continuidad a las actividades que llenan sus días, se esforzaría por buscar nuevos entretenimientos, incluso si no pudiese salir de casa por problemas de movilidad reducida. “Es algo que tarde o temprano va a pasar, pero llegado el momento encontraré alternativas. ¡Tengo tanto que hacer!”. No entra dentro de sus planes el abandonarse y pasar el día entero viendo la televisión: “¡Eso sí que sería un aburrimiento mortal!” Ahora bien, la cosa se complicaría si tuviese que vivir alguna vez en una residencia. Entonces, advierte, es posible que tuviese que enfrentarse cara a cara por primera vez con el aburrimiento: “no veo que las residencias oferten actividades para estar entretenido todo el día”. Con todo, “siempre quedaría la música y la lectura”, explica sonriendo.
Sin duda, el aburrimiento depende del contexto, pero para Andrés es sobre todo una cuestión de actitud. Por ello, quiere compartir con los lectores un mensaje de ánimo con el fin de contagiar su fortaleza natural: “Los mayores estamos un poco abandonados por parte de las instituciones, pero invito a todos a tomar las riendas de su vida para mantenerse activos, ¡aunque haya que llevar bastón! No os quedéis en casa pensando ‘¿qué va a ser de mi?’ ‘¿qué pinto yo en este mundo?’ No esperéis a que los hijos tengan la solución. ¡Entretente tú mismo! Cuando estés aburrido, piensa que siempre hay cosas que hacer: consigue algunas plantas para cuidar, llama a tu vecino para charlar… ¡Anímate y ve siempre hacia adelante! ¡Hasta que llegue el día, hay que seguir luchando!”
El de Andrés no tiene por qué ser un caso excepcional. Lo que debería serlo es la desmotivación para asumir nuevos retos con el paso de los años. Y el desánimo no siempre va de la mano de una personalidad propensa al aburrimiento, sino que, como comprobamos en la anterior entrevista, y de nuevo en esta, la desinformación juega un papel crucial. No tiene ningún sentido que las instituciones inviertan en la creación de una oferta de entretenimiento atractiva y variada si esta no llega a los mayores potencialmente interesados. Dos cuestiones se hacen evidentes de las conversaciones mantenidas hasta el momento: como investigadora formada en publicidad y relaciones públicas, compruebo con sorpresa que el producto, de existir, no está llegando a su target; como interesada en los retos que rodean a la geriatría, me espanta el desasosiego que produce en las personas la idea de vivir en una residencia para mayores.