El rápido e innegable envejecimiento de la población resulta en un incremento de la necesidad de cuidados a largo plazo por parte de los mayores. Por ello, no es de extrañar que cada vez exista una mayor demanda de ingresos en residencias con el fin de asegurar los estándares de cuidado y calidad de vida (QoL). La emergencia de la ecología del envejecimiento ha dado la voz de alarma acerca de que el cumplimiento de dichos estándares ya no solo consiste en la promoción de entornos seguros y controlados capaces de hacer frente a los distintos problemas de salud que se achacan a la vejez. Ya no se trata de una mera cuestión de supervivencia, sino de que el aumento en la longevidad vaya aparejado de ciertas garantías de que una vida larga merece la pena ser vivida. ¿Están las residencias para mayores preparadas para afrontar este reto en la actualidad?
Ha llegado el día. Todo está preparado. Una pequeña maleta con lo esencial y un historial médico. Atrás queda el lugar en el que tantas experiencias y recuerdos han cobrado forma: la crianza de los hijos y los nietos, las reuniones familiares, las decoraciones navideñas y los cumpleaños abriendo regalos, las tardes delante del televisor al cobijo del hogar, las compras diarias en las tiendas del vecindario, los saludos y las pequeñas conversaciones con quienes viven en la comunidad, los paseos al caer el sol, observando un año tras otro el transcurrir de las estaciones, de los días, de la vida. Ha costado mucho hacerse a la idea de que todo aquello ya no volverá. Ya no hay vuelta atrás. Es la última vez que se cruzan unas palabras con la del tercero, que desea suerte para el viaje que se está a punto de emprender. Adiós a los cuadros, a los muebles, que lo han presenciado todo impasibles. Adiós a las plantas que nunca se volverán a regar, y a ese fiel compañero peludo que tras años de amor incondicional se ha conseguido reubicar en cualquier otro lugar. Con suerte, acompañados de los seres queridos a los que se les rompe el corazón, muchos mayores se despiden de la que hasta entonces ha sido su vida para iniciar un nuevo camino hacia la residencia. ¿Somos capaces de imaginarnos lo que esto supone realmente para ellos?
Es lo mejor, pensamos, consolándonos con la idea de que recibirán los cuidados médicos que ahora precisan. Estarán más acompañados y vigilados, porque nosotros no podemos dedicarles todo el tiempo que nos gustaría. ¡En el fondo son todo ventajas! Pero no podemos evitar preocuparnos por el periodo de desadaptación que se avecina. En lo más hondo de nosotros sabemos que el cambio va a ser brutal; ellos lo saben también y la resignación en su mirada lo demuestra. Va a estar marcado por la pérdida de las posesiones, por la falta de privacidad y por la práctica ausencia de toma de decisiones. No va a ser fácil que se sientan como en casa. Sus rutinas van a ser completamente distintas y se van a sentir encerrados en un espacio reducido, privados de libertad. En el peor de los casos, se van a ver abandonados, aislados, dependientes, controlados, inservibles. Y a todo esto se va a sumar algo con lo que ninguna de las partes contaba: el aburrimiento.
“Me muero de aburrimiento”
“Cuanto más tiempo pasas aquí, más molesto se vuelve el aburrimiento de este lugar”
“Para ser sincero, esto está muerto, es aburrido, tedioso”
“La interacción social más significativa del día fue la rutina de aseo de por la mañana”
Estos son algunos testimonios de mayores internos en una residencia que se recogieron en el estudio “The Experience of Nursing Home Life” (1998) de la gerontóloga Barbara Fiveash (Lincoln Gerontology Centre) para la International Journal of Nursing Practice. Aunque han pasado más de veinte años desde entonces, los expertos siguen identificando el aburrimiento como un problema importante que impacta negativamente en los residentes que viven en este tipo de centros a largo plazo.
Para garantizar el bienestar en las residencias es necesario que estas provean un ambiente confortable, que genere sensación de estar en casa y que potencie la independencia y la dirección de actividades a lo largo del día. Sin embargo, para muchos, los días en la residencia son descritos como monótonos y aburridos debido a la falta de visitantes, de contacto con el mundo exterior, de continuidad con las rutinas pasadas, a causa del exceso de control sobre las decisiones y a la ausencia de actividades recreativas que les conducen a percibir el entorno como poco estimulante. El aburrimiento, en definitiva, es un gran enemigo de los mayores lúcidos que viven en residencias, independientemente de la etnia, las capacidades físicas o la presencia de actividades. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno?
En ocasiones se suele atribuir el aburrimiento de los mayores que viven en residencias al hecho de una mudanza involuntaria que dificulta la adaptación al nuevo entorno y provoca un rechazo del interno hacia las rutinas, las actividades y las oportunidades de socialización que se le ofrecen, incurriendo en el desarrollo de una patología de propensión al aburrimiento de carácter endógeno. Otras veces se apunta a que la razón por la que los mayores se aburren está íntimamente ligada a sus limitaciones físicas y/o cognitivas. Pocas veces se pone la mirada sobre la parte de responsabilidad que recae sobre los encargados de los propios centros a la hora de adaptar sus espacios a un modelo de residencia centrado en el interno (patient-centered / client-centered) que vaya más allá del tradicional modelo médico, esto es, uno en el que se respeten y valoren las voluntades de los mayores de manera personalizada y que sea capaz de evitar el aburrimiento exógeno.
El modelo de residencia occidental, y especialmente el español, es el bio-médico, orientado a la salud, que concibe a los mayores como un grupo que necesita cuidados y que tiene necesidades físicas especiales. La residencia es algo así como una institución hospitalaria que no tiene aspecto de hogar, que promueve la dependencia y la inactividad. Ofrece actividades orientadas a la realización de tareas (task-oriented) para cumplir con la rehabilitación o el mantenimiento de ciertas capacidades físicas y psíquicas que se consideran mermadas de antemano por el propio proceso natural del envejecimiento. En la mayoría de centros para mayores se cuida del cuerpo, no de la mente.
Las actividades casi siempre vienen programadas (e impuestas) por los centros y suelen consistir en ejercicios deportivos de baja intensidad, talleres de lectura, de pintura o de cerámica, en la organización de juegos de cartas y bingos, a lo que se suman para algunos las visitas de los familiares y amigos de manera regular. Con todo, el pasatiempo más común suele ser la radio y la televisión. Las investigaciones hasta el presente demuestran que, aunque los residentes perciben el hecho de mantenerse activos y ocupados en tareas como algo positivo, se lamentan de no poder dar continuidad a muchas de las cosas en las que empleaban el tiempo antes de ingresar en la residencia. No son pocos los que se quejan de que la oferta del centro se erige sobre meras distracciones para que no se aprecie la verdadera falta de inactividad. Para muchos son meras formas de llenar o matar el tiempo que se materializan en una oferta muy restringida y sobre la que jamás han tenido oportunidad de pronunciarse.
Si bien los residentes quieren mantenerse activos, su deseo es hacerlo en tareas que les resulten personalmente significativas y que ellos mismos puedan elegir, que les resulten motivadoras, que respeten su arraigo cultural y que potencien sus habilidades. La demanda general gira en torno a tener una mayor presencia y participación en la toma de decisiones en lo que concierne a su día a día. Los mayores solo piden que sus voces sean escuchadas y que sus deseos sean facilitados en la medida de lo posible. Se trata sencillamente de favorecer un entorno en el que prime una dinámica retroalimentativa. ¿Es posible construir un modelo de residencia en el que los mayores sientan que merece la pena envejecer, sin ser víctimas constantes del aburrimiento, o estamos frente a una idea totalmente utópica?
¡Resulta que este modelo de residencia ya existe! Aunque, por supuesto, no está extendido en nuestra cultura. Un sistema de cuidado físico y mental enfocado en combatir las principales plagas de la vida residencial, que son la soledad, la impotencia y el aburrimiento, a través de la atención basada en principios diseñados para mejorar la comunidad, el compañerismo y el crecimiento humano está siendo implementado en los Estados Unidos desde hace un par de décadas con resultados visibles. Nosotros todavía no hemos llegado a este punto porque, para empezar, ni siquiera hemos reconocido abiertamente que el aburrimiento sea un factor de riesgo a la hora de alcanzar un envejecimiento digno, especialmente por lo que respecta a los mayores que viven permanentemente en residencias. Sin embargo, en mi anterior post dejé claro que los especialistas coinciden en la necesidad de reconocer el aburrimiento como tal, teniendo en cuenta las consecuencias físicas y psíquicas que su padecimiento trae consigo.
En mis próximas entradas voy a dar a conocer algunos de estos modelos de residencia americanos que están demostrando ser capaces de ofrecer más autonomía a los mayores, proporcionando un entorno seguro y libre de aburrimiento, sin necesidad de descuidar las necesidades médicas de los internos ni poner en riesgo su bienestar. Muchos de ellos ya se están implementando en algunos países europeos. ¿Será posible importar algunas de sus ideas al modelo de residencia español?