Hay temas de los que no nos gusta hablar. Preferimos mirar hacia otro lado, como si eso bastase para obviar la existencia de aquello que nos resulta feo, que no nos gusta, que nos causa miedo o que, incluso, pone a temblar algunas de nuestras creencias más profundas. Sucede con innumerables cuestiones y lo hacemos a diario, negando así partes de la realidad. Intentamos, tal vez que, a fuerza de no nombrarlo, desaparezca. Y así seguimos andando de puntillas por ciertos temas, dejándolos semi-ocultos en la batalla de información diaria. Y lo entiendo: a mí misma me desagrada este tema del que escribo hoy, por todo el dolor que refiere y contiene, tanto para los que se van como para los que se quedan. Me parece sin embargo que es muy necesario, así que hoy quiero hablar del suicidio entre las personas mayores. Si del suicidio en general no hablamos más que de soslayo, el suicidio entre las personas mayores recibe aún menor atención.
Se ha planteado que hablar del suicidio en los medios de comunicación parece generar un “efecto-llamada”, lo que me parece simplificar algo que no es en absoluto simple. Desde mi punto de vista, hablar sobre el suicidio es necesario para poder evitarlo, revisando eso sí el planteamiento de esta conversación, dejando de lado cuestiones “sensacionalistas” y sin olvidar que cuando hablamos de suicidio hablamos de sufrimiento. La Organización Mundial de la Salud recomienda hablar de ello y hacerlo de una forma adecuada, de modo que deje de ser un tema tabú: cada año se suicidan cerca de 700.000 personas en el mundo, y necesitamos trabajar mucho para poder hacerle frente. Necesitamos hablar de ello para poder evitar estas muertes, para poder evitar el dolor, inmenso, que lleva a ellas y el dolor, también inmenso, de quienes sobreviven a quien decidió acabar con su vida.
Sentí la necesidad de escribir sobre esto cuando, hace ya más de un mes, hallaron muerta en su domicilio a Verónica Forqué. Tenía 66 años. Era una actriz y directora española, galardonada con cuatro Premios Goya. Forqué había sido un icono, una referencia en el cine español, mujer deseada y admirada. Verónica salió en los medios, pero las 3.941 personas que se suicidaron en 2020 no aparecieron: no conocemos su situación, su pasado ni sus nombres.
Como señala el Observatorio del Suicidio, esta es la principal causa de muerte no natural en España: produce 2,7 veces las muertes provocadas por accidentes de tráfico, 13,6 veces más que los homicidios y es, después de los tumores (330 defunciones) la principal causa de muerte entre la juventud española (15 a 29 años). Esto supone una media de once (¡ONCE!) suicidios diarios, lo que equivaldría a que, aproximadamente cada dos horas, una persona en España se quita la vida. La gran mayoría de estos suicidios pasan desapercibidos, pareciendo que solo cuando quien lo protagoniza es una figura pública (el actor Robín Williams, el Dj Avicii, la diseñadora Kate Spade o Verónica Forqué) exitosa, querida, envidiada, nos damos cuenta de que el suicidio es una realidad que debemos abordar y que no es, en absoluto, un tema sencillo ni simple.
Si las cifras asustan, más lo hacen los intentos que no llegan a ser mortales: según cálculos de la OMS, existirían unos 20 intentos por cada suicidio, mientras que, según otros estudios epidemiológicos, entre el 5% y el 10% de la población española piensa en cometer suicidio. Eso significa que en un año podrían producirse en torno a 80.000 intentos de suicidio al año en España y que entre dos y cuatro millones de personas experimentan ideación suicida a lo largo de su vida. Me parece que queda más que justificada la necesidad, urgente, de hablar sobre ello.
Si a nivel mundial el suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 19 años, la experiencia vital no parece funcionar como herramienta de protección: según el informe que realiza cada año la Fundación Española para la prevención del suicidio, en España cada año se suicidarían más de 1.000 personas mayores de 70 años. En 2020 el 32,5% del total de suicidios fue protagonizado por personas de más de 65 años; si contabilizamos a los mayores de 55, estamos ante más del 50% del total de las defunciones por suicidio. No es una cuestión menor, aislada ni vemos su disminución con el paso del tiempo: el suicidio en mayores de 79 años ha aumentado un 20% respecto a 2019, tanto entre hombres como entre mujeres. Las mujeres lo intentan 3 veces más que los hombres, pero los hombres lo consuman 3 veces más que las mujeres.
España no dispone de ningún plan o estrategia estatal para la prevención del suicidio: solo en torno a 40 países lo tienen en el mundo y, aunque España destaca como un país atrevido y decidido con numerosas políticas sociales, me entristece decir que no somos uno de ellos. Sí existen algunos planes de prevención del suicidio pioneros en algunas regiones, como Galicia, el País Vasco o las Islas Baleares, pero el suicidio sigue siendo un problema social poco estudiado y estigmatizado, lo que dificulta aún más que podamos ponerle freno.
A nivel internacional, y aunque las Naciones Unidas ofrecen asesoramiento para crear estos planes, vemos que están poco extendidos. Menor aún es la existencia de planes que se dirijan de forma específica a la prevención del suicidio entre las personas mayores. De hecho, está muy poco estudiado y recibe escasa atención. Algún informe/artículo (como este) señala que la principal causa de suicidio entre las personas mayores es la soledad no deseada lo que, de nuevo, señala la necesidad de abordar este mal tan característico de nuestra sociedad actual.
También parece existir una relación muy estrecha entre la depresión y el suicidio, además de con las autolesiones y la ideación suicida. La depresión es una enfermedad muy frecuente entre las personas mayores, que afecta en torno al 14% de quienes tienen más de 65 años. Aunque representa el tercer motivo de consulta en atención primaria, con frecuencia está infradiagnosticada (fuente). Y no, ni la depresión ni la soledad no deseada son una consecuencia natural del envejecimiento. Además del aislamiento social y la depresión, otros factores importantes en la ideación suicida son la mala salud física y la discapacidad.
Es necesario que abordemos el suicidio como una cuestión de salud pública, creando planes locales, regionales y nacionales para evitarlo. Algunas formas podrían ser líneas de ayuda y programas de apoyo comunitario, la mejora del acceso a los servicios de salud mental y la urgente necesidad de desestigmatizar todo lo que rodea a la psiquiatría y a la psicología y a quienes hacen terapia. Necesitamos sin duda programas educativos y, en definitiva, un tratamiento adecuado y apropiado de la depresión. Hay muy poca investigación sobre la naturaleza o la eficacia de los programas de prevención del suicidio dirigidos a las personas mayores. Sería necesario además plantear el enfoque de atención colaborativa para el tratamiento de personas mayores con depresión, pero sin duda hay muchas más formas que tenemos que desarrollar entre todos. ¿Qué propondrías tú?
No estás solo, no estás sola
Teléfono prevención del suicidio (operativo las 24 horas durante los 365 días del año): 900 92 55 55
Teléfono de la Esperanza: 717 00 37 17
Servicios de Emergencia: 112