Envejecimiento · 13 Abril 2019

El cambio social: la evolución en el estado civil de las personas mayores

Se habla muy poco del estado civil de las personas mayores, asumiendo que más allá de los 65 años, las personas son casadas o viudas, negando así otros estados civiles. Esto equivale a asumir cierta inmovilidad en lo personal, ocultando procesos de cambio social que puedan afectar a las uniones (o disoluciones) matrimoniales en este grupo de edad.

Tal asunción sería parte de cierta idealización que se tiene (de nuevo, los referidos estereotipos) sobre los comportamientos en la vejez. También sobre las relaciones, pero, sobre todo, es una forma de rechazar la existencia de relaciones físico-afectivas a determinadas edades. Se asume que, llegada una edad, nada nos “remueve”, nada nos afecta en lo personal más allá de nuestra función de padres y abuelos. Mucho menos a nivel de pareja.

En este caso, la idealización radica en ese ideal de amor romántico que impregna nuestra sociedad y que parece justificar la continuidad de relaciones que vieron mejores tiempos de los que verán. De alguna manera es como si, ya que nos sentimos tan estafados por el divorcio de Angelina Jolie y Brad Pitt, al menos los señores del quinto, que cumplieron hace tiempo los 70, tuviesen que seguir juntos para justificar esa idealización de cómo eran las relaciones en el pasado. Cuando leo o escucho estos comentarios idealizados (del tipo “ahora las cosas se tiran, antes se arreglaban”) no puedo dejar de recordar a alguna de mis entrevistadas, que me señalaba que su vida matrimonial había estado lejos de esa imagen ideal. Básicamente y, con otras palabras, lo que esta señora resume: https://www.youtube.com/watch?v=iE9AqCIy6vs

Pero insisto, supone una forma de negar las necesidades durante la vejez, de asumir esta etapa como una balsa de aceite a nivel emocional en la que desaparecen los deseos y ciertas emociones, tanto negativas como positivas. Y, sobre todo, equivale a negar que es una etapa en la que se pueden y se siguen tomando decisiones sobre el futuro.

Esta visión de la vejez se plantea de forma externa (desde fuera de la franja etaria) y, si lo pensamos detalladamente, implica una gran presión a nivel emocional sobre las personas mayores. Como si escaparan a la desilusión o no tuviesen capacidad de reconducir sus decisiones vitales cuando pasan a una determinada edad. También contribuye a generar ideas estáticas de cómo se vive la vejez, así como a negar procesos de cambio social que van más allá del uso del móvil. Así que vamos a hablar hoy sobre el estado civil de las personas mayores y el aumento de las disoluciones matrimoniales.

Al pensar en escribir este post, que en principio iba a ser más descriptivo, recordé a un amigo, tremendamente afectado ante el divorcio de sus abuelos. El anuncio del divorcio supuso una crisis dentro de la familia, aunque los hijos e incluso los nietos estaban más que crecidos. De alguna manera, hijos y nietos habían interpretado la separación como una especie de traición familiar y presionaron de diferentes formas para evitarla. Es decir, todos los miembros de la familia se consideraban legitimados para dar su opinión y reclamar sobre la toma de decisión de dos personas adultas que deseaban separarse. Los sentimientos y deseos de las dos personas que formaban el matrimonio se dejaron de lado precisamente (o principalmente) por su edad. Los argumentos que la familia utilizaba radicaban en torno a la edad asumiendo la vejez como si fuese “un rato” más y no una etapa que merece ser vivida. Algunos de los argumentos utilizados eran “para lo que les queda, para qué se van a separar”. Otros motivos eran aún más egoístas “a ver qué hacemos el día de navidad” u orbitaban en torno a la idea de los cuidados, la potencial soledad y cómo esto afectaría a los hijos. Es decir, se valoraba la decisión en función de cómo se verían afectados otros miembros de la familia, no las personas que protagonizaban la separación. ¿Tienen derecho los hijos y nietos a decidir sobre las decisiones de sus padres o abuelos? ¿pueden nuestras familias decidir sobre nuestras opciones sentimentales? ¿Y nosotros sobre las de ellos?

Además de plantearnos esta dimensión, más personal, cabe preguntarse si la idea de heterogeneidad respecto al estado civil es cierta y si se evidencia el cambio social entre el estado civil de las personas mayores.

Los datos señalan que la presencia de las separaciones y divorcios en la tercera edad es muy baja, pero podemos observar un aumento claro del porcentaje. La foto fija nos indica que el cambio social y la inestabilidad matrimonial se refleja también en la tercera edad.

Estado civil de las personas de 65 años y más (%). España, 1970, 1981, 1991, 2001 y 2011

En síntesis, desde el año 1970 hasta 2011 ha ido cambiando la distribución del perfil de los mayores españoles en lo que al estado civil respecta, disminuyendo el porcentaje de solteros y el de viudos a favor del de casados y, en menor medida, el de separados.

Lo que estos datos denotan es principalmente una mejora en las tasas de mortalidad, especialmente de los varones, que explicaría una disminución en la viudez. A nivel nacional, las dos categorías más frecuentes entre los adultos mayores son la condición de casado (el 60,45%) seguido de la viudez (28,95%). Resultan minoritarias las situaciones de soltería (7,43%) y las de divorcio o separación (3,18%) siendo algo más elevado el divorcio -1,95%- que la separación. Es cierto que el 3,18% es una tasa pequeña, pero lo interesante es que la tendencia demuestra que se produce ese cambio social, que a pesar de la fuerte socialización pro-matrimonio (especialmente entre las mujeres), de las dificultades para divorciarse (tanto a nivel legal como a nivel social, incluyendo como hemos visto, la dimensión familiar) las personas mayores siguen tomando decisión sobre su estado civil, y protagonizando cambios sobre sus vidas.

Estas reflexiones vienen de algunas frases que he leído, como la citada anteriormente “antes las cosas se arreglaban, ahora se tiran”, referidas a las relaciones, trivializando no solo las rupturas en general (como si fuesen algo sencillo) sino dejando de lado la fuerte socialización en contra del divorcio y pro-matrimonio en el que crecieron quienes hoy tienen más de 65 años. Algo referí en este artículo (http://revistas.uned.es/index.php/Tendencias/article/view/23588) sobre esta orientación al matrimonio y a la familia nuclear. Tampoco podemos olvidar que el divorcio sigue siendo un tema tabú en determinados entornos, y hasta hace muy poco se asumía como un fracaso personal. La dimensión normativa tampoco ha facilitado la disolución matrimonial: la primera ley del divorcio fue en 1932, desapareció con el franquismo y no se retomó hasta 1981 (Ley 30/1981, de 7 de julio). Incluso entonces, causó gran revuelo (la ley fue aprobada por 162 votos a favor frente a 128 en contra y 7 votos en blanco) y no resultaba fácil divorciarse.

Sin duda el aumento de personas divorciadas entre los mayores tiene que ver con la existencia de la propia ley y mayores facilidades legales, con la disminución de presiones sociales e incluso con la entrada de generaciones más jóvenes en el grupo de la vejez, quienes probablemente protagonizaron su disolución matrimonial antes de cumplir los 65. Pero incluso la foto fija comparativa nos señala que el grupo dista de esa heterogeneidad que a veces se asume.

No estoy diciendo que haya un movimiento pro-divorcio en la vejez. El porcentaje, como hemos visto, es muy bajo. Pero me parece importante reflexionar sobre esta cuestión por lo que implica desde el punto de vista del cambio social y cómo se refleja también en la vejez. Hay que asumirlo y adecuarnos a los tiempos: si brangelina dejó de existir, los señores del quinto también son dueños de su futuro y de cómo lo quieren vivir.

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