La narrativa dominante en gran parte del mundo siempre ha sido y es la de promover estilos de vida activos, dietas más sanas, así como diagnósticos y tratamientos tempranos para prolongar la duración de la salud. Sin embargo, las tecnologías de aumento de la longevidad ofrecen nuevas posibilidades.
En primer lugar, la gamificación podría aprovecharse para estimular a las personas a mantener estilos de vida más sanos o la atención posterior al tratamiento. Esto, junto con el análisis personalizado de los datos y la retroalimentación de los asistentes que utilizan la IA, es donde se cosechará la próxima ola de dividendos de la longevidad. Las aplicaciones de atención médica y sus asistentes de IA podrían salvar más vidas que los hospitales en un futuro próximo.
En segundo lugar, los medicamentos y suplementos que se toman para prevenir enfermedades relacionadas con el envejecimiento en lugar de curar enfermedades específicas son un potencial cambio de juego. En lugar de envejecer como un proceso biológico inevitable, el ensayo TAME sugiere el potencial de que los procesos relacionados con el envejecimiento sean atacados y bloqueados. Los suplementos regulares para retrasar el envejecimiento podrían llegar a ser tan comunes como las tabletas de vitamina C.
Preocupaciones éticas y conversaciones basadas en valores
Las nuevas tecnologías y tratamientos presentan posibilidades apasionantes pero también plantean desafíos éticos.
En primer lugar, en las primeras etapas de su adopción, es probable que estas tecnologías de aumento de la longevidad sean prohibitivamente caras y sólo estén disponibles para los ricos. Garantizar un acceso justo y equitativo para todos será una cuestión importante que los organismos reguladores deberán tener en cuenta.
En segundo lugar, será necesario garantizar que los ensayos clínicos y la comercialización de los nuevos tratamientos se realicen de forma ética y no exploten las vulnerabilidades de los enfermos terminales y/o el envejecimiento. Tanto los científicos como los reguladores han instado a la prudencia al fijarse en un gen o proceso biológico específico como determinante clave, ya que el envejecimiento sigue siendo un proceso complejo. También debería haber una educación pública sobre la eficacia de los nuevos tratamientos para que las personas no se vean inducidas a error por afirmaciones exageradas de prolongación de la vida.
En tercer lugar, el pacto intergeneracional entre los jóvenes y los ancianos requerirá una gestión cuidadosa. Los nuevos tratamientos beneficiarán al creciente segmento de los ancianos, mientras que los costos podrían ser sufragados por una proporción cada vez menor de trabajadores más jóvenes, especialmente si las estructuras sociales, como la edad de jubilación, siguen siendo las mismas. Si los ancianos se mantienen sanos y permanecen en sus puestos de trabajo más allá de las normas actuales, el mantenimiento de suficientes oportunidades para los trabajadores más jóvenes también podría ser motivo de preocupación. Por consiguiente, será necesario entablar conversaciones basadas en valores sobre la forma de asignar los recursos y oportunidades nacionales entre las necesidades en pugna de las distintas generaciones (por ejemplo, la prolongación de la vida frente a los subsidios de vivienda y educación).
Será necesario entablar conversaciones basadas en valores sobre la manera de asignar los recursos y oportunidades nacionales entre las necesidades en pugna de las diferentes generaciones.
El alejamiento de la edad como marcador definitivo
A medida que las nuevas tecnologías prolongan las funciones cognitivas y físicas, la edad se vuelve menos significativa como marcador de la etapa de la vida y de la capacidad. Además, las investigaciones han demostrado que ese envejecimiento biológico, lejos de ser un proceso estático e intratable, es significativamente plástico. Esto significa que la disminución de la función física no está vinculada a edades específicas. Se necesita una comprensión más profunda y más texturizada del envejecimiento y la longevidad. Será necesario revisar y actualizar las políticas que se basan en edades específicas como indicadores sustitutivos de la capacidad, como la edad de jubilación, para que se ajusten al ritmo de los avances en la investigación científica y las innovaciones tecnológicas. Por ejemplo, un trabajador de edad experimentado y capacitado por los exoesqueletos puede ser igual o mejor capaz de funcionar en un trabajo de gran densidad de mano de obra, comparado con un trabajador más joven.
Conclusión
Los avances en el aumento de la longevidad nos desafían a reformular nuestra visión del envejecimiento y a posicionarnos estratégicamente para cosechar el próximo dividendo de la longevidad. Debemos anticipar las alteraciones fundamentales de nuestras suposiciones sobre la edad, el envejecimiento y las etapas de la vida. Cuanto antes invirtamos en nuevas formas de pensar sobre lo que significa envejecer y vivir más tiempo, mejor podremos cosechar los frutos de vivir en un mundo en el que la edad es sólo un número.